Al leer las declaraciones que Francisco Camps ha hecho estos días me ha invadido una mezcla de sentimientos: bochorno, vergüenza ajena y pena. Supongo que habrá quien diga que se han tergiversado, pero, en todo caso, en las mismas se encuentran párrafos que no tienen desperdicio. En cierto modo, estas declaraciones guardan mucha similitud con las que nos solían obsequiar algunas folclóricas: “mi público me adora”, “España me quiere” y simplezas similares. Desde un punto de vista humano puede resultar perfectamente comprensible que alguien que se ha visto sometido durante meses a toda clase de descalificaciones, injurias o vejaciones y a la tensión inherente que la incertidumbre sobre el sentido de un veredicto judicial ocasiona, no haya recuperado aún el necesario equilibrio para saber dimensionar y enfocar la realidad en sus justos términos. Pero alguien de su entorno debería haberle aconsejado o disuadido de la conveniencia y oportunidad de dicha entrevista y, más concretamente, de los contenidos de la misma.
Más que anunciar su intención de volver al ruedo político, Francisco Camps ha certificado con sus declaraciones la inconveniencia de que, hoy por hoy, ese deseo o posibilidad pueda hacerse realidad. De sus palabras parece desprenderse que posee una percepción de la realidad muy distinta a la que tenemos la inmensa mayoría de los ciudadanos de la Comunidad Valenciana. Su gestión al frente de la Generalitat ha sido manifiestamente mejorable y ahí están los datos económicos y financieros para acreditar esta afirmación. Se mire por donde se mire existen muchos puntos débiles, junto a indudables aciertos, que empañan la gestión y trayectoria de Francisco Camps. Si, en algún momento, la Comunidad Valenciana llegó a convertirse en el “motor de España”, como asegura, lo cierto es que ese motor está hoy gripado.
Puede que no haya ahora atascos en la ciudad de Valencia, no lo sé, pero sí que los hay en el funcionamiento de las diferentes consellerías y son atascos heredados de su Presidencia. Es lamentable y triste la referencia a su etapa de concejal de tráfico en Valencia, si se esgrime como aval para acreditar su solvencia y talla política.
Y qué decir de su gestión al frente del PPCV. Durante años el PPCV ha sido el escenario de una guerra fraticida que ha tenido su lamentable reflejo incluso en el funcionamiento de las instituciones públicas, faltando con ello al respeto que los ciudadanos nos merecemos. Los afiliados populares han asistido atónitos y avergonzados a toda clase de escaramuzas políticas sin más razón de fondo que las afinidades personales. Siempre que han podido y con el beneplácito e impulso, en ocasiones, del Presidente Regional la voluntad de los militantes populares ha sido ignorada a la hora de que pudieran elegir a sus legítimos representantes: o se exhibía la ridícula etiqueta de “campista” o se entraba en la lista negra. Alcaldes presionados para posicionarse al lado del jefe de Valencia, Alcaldes y concejales laminados de las listas, etc. Un lamentable espectáculo que sólo tiene un responsable: Francisco Camps.
El PP de la Comunidad Valenciana, el de Alicante y el de cada uno de los municipios necesita realizar una profunda autocrítica y extraer de ella las lecciones necesarias para no volver a incurrir en los mismos errores. Y, sinceramente, parece que el futuro del PP no pasa, hoy por hoy, por la vuelta de Francisco Camps. En política es muy difícil que el tren pase dos veces por el mismo sitio. El PP necesita y merece un futuro distinto, renovado y surgido de la voluntad real de sus afiliados. Debate interno, autocrítica y liderazgos nacidos de la base, ganados a pulso, no tutelados, ni heredados pueden contribuir a ofrecer a los ciudadanos un Partido sólido y creíble.
Santiago de Munck Loyola
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