Mañana, 6 de diciembre, es San Nicolás en Bélgica y hoy, allí, es la noche mágica para los niños. El Santo Obispo, recién llegado de Valencia tal y como manda la tradición, recorre las casas belgas dejando los regalos soñados por los más pequeños.
Afortunadamente, una de las costumbres de su Bélgica natal que mi padre había conservado era celebrar la fiesta de San Nicolás, así que en casa se celebraba esta fiesta y la de los Reyes Magos. Juguetes y regalos por partida doble, al empezar las fiestas navideñas y al finalizar las mismas. Aún recuerdo perfectamente a mi padre relatándonos la vida de San Nicolás y los milagros que había realizado. Los hermanos escuchábamos atentamente la historia del Santo y especialmente, al menos en mi caso, el episodio en el que el viejo Obispo resucitaba a los tres hermanos descuartizados y conservados en sal para servir de alimento en una posada. La verdad es el episodio tiene su miga y contado con todo género de detalles no es que sea de lo más apropiado como relato infantil, pero nos gustaban las historias que mi padre nos contaba. Lo hacía con mucha seriedad y captaba toda nuestra atención. La verdad es que era muy bueno contando historias, a veces, demasiado bueno.
En todo caso era una noche muy especial. Como lo era el levantarse al día siguiente. Nos despertábamos muy pronto y si alguno de los hermanos se había quedado dormido lo despertábamos rápidamente. Nos reuníamos e íbamos al cuarto de nuestros padres para despertarlos y para que se levantaran para bajar al salón a ver si había llegado San Nicolás. En alguna ocasión, el Santo tuvo dificultades de transporte y no llegó a tiempo. Ya se sabe, el mal tiempo en estas fechas en Bélgica es muy traicionero. Cuando estábamos todos de pie, bajábamos las escaleras. Mis padres delante con el bebé de turno en brazos. Detrás los más pequeños y por último los mayores. En perfecta formación. Al terminar la escalera y girar hacia el centro del salón empezaban las exclamaciones. Juguetes y dulces esparcidos por la habitación. Siempre parecía que había más de lo que en realidad había porque tanto San Nicolás, como los Reyes Magos, tenían la costumbre de sacar los regalos de sus cajas y ponerlos a su lado. Todo era brillo y color. No siempre coincidía el regalo con lo solicitado en la correspondiente carta, pero no nos importaba. En seguida, cada uno se hacía con su regalo y se enfrascaba con él. Y después del desayuno, a la calle, a jugar y a enseñarlo a los amigos.
Si el regalo era compartido como ocurrió con un coche de pedales o con una bicicleta BH, una buena táctica consistía en ponerse malo al día siguiente para no ir al cole y poder disfrutar en solitario tras una repentina mejoría. A mi me funcionó una vez, al menos.
Es difícil poder describir todo lo que pasaba por la mente y el corazón de un niño en esos momentos. Pero queda, sobre todo, una nostalgia impregnada de un profundo amor y ternura hacia quienes lo hacían posible, a los creadores de aquella magia e ilusión. Gracias.
Santiago de Munck Loyola.
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