Algo está cambiando en el panorama político partidista y este cambio es más profundo de lo que podría suponerse a la vista de los últimos resultados electorales. Y este cambio afecta, por supuesto, a la gobernabilidad de España que está supeditada a la imposibilidad del centro izquierda y del centro derecha de alcanzar mayorías gubernamentales en solitario. El bipartidismo imperfecto del que se antes se hablaba hace tiempo que dejó de existir.
Dos eventos incidieron de forma importante en el nacimiento de un cambio de la estructura partidista, basada en el bipartidismo, en España. De una parte, el Movimiento del 15 de mayo de 2011, llamado también movimiento de los indignados, nacido con la pretensión de promover una democracia más participativa y la eliminación de la influencia de los poderes económicos. De otra parte, la última victoria con una mayoría absoluta, cuando el 20 de noviembre de 2011 el Partido Popular obtuvo 186 escaños de los 350 que componen el Congreso de los Diputados. Victoria electoral precedida por el Congreso del PP de 2008 en el que se enseñó la puerta de salida a liberales y conservadores, por cierto.
Ambos eventos propiciaron el nacimiento y desarrollo de partidos políticos tanto en el campo de la derecha como en el de la izquierda. UPyD, Ciudadanos, Podemos y Vox son fruto de ambos procesos y su evolución desde su nacimiento guarda similitudes.
En el campo de la derecha, tanto la invitación a salir del Partido Popular hecha por Rajoy a liberales y conservadores, como el continuo incumplimiento del programa electoral y de los principios básicos del Partido durante la etapa de gobierno con mayoría absoluta propició la salida de mucha gente y el alejamiento de munchos votantes. La excusa de que la acción política debía primar la economía abandonando a su suerte todos los planteamientos de carácter ideológico no convencieron a buena parte de los seguidores del PP, como se puso de manifiesto en las siguientes elecciones. Una parte de la militancia se fue. Otra fue obligada a irse o fue expulsada. En mi caso por intentar promover un cambio de rumbo desde dentro reclamando regeneración y firmeza contra la corrupción. Curiosamente, mi verdugo político, José Juan Zaplana, enemigo acérrimo de la regeneración política y de la democracia interna, sigue disfrutando de un escaño en las Cortes Valencianas, gracias a la ausencia de democracia interna, asignatura pendiente del PP. Vox apareció entonces como una oportunidad para recuperar los principios y valores que el PP había olvidado para centrar su acción de gobierno en la economía. Y además nacía con la apariencia de una organización con la firme voluntad de construirse a través de la participación y la democracia interna. Pero duró poco. Alejo Vidal Cuadras, tras la derrota en las elecciones europeas fue desalojado en 24 horas de su despacho en Diego de León y sustituido, sin que la militancia pudiera pronunciarse. El cesarismo de Santiago Abascal se instauró entonces, asumiendo en solitario la responsabilidad de los éxitos y, aunque lo eluda, de lo fracasos de la organización.
Durante estos últimos diez años hemos vivido el nacimiento, crecimiento y muerte, o entrada en coma, de organizaciones políticas como UPyD que desapareció en 2015, Ciudadanos que ha desaparecido en 2023 o Podemos que de los 70 escaños que llegó a alcanzar tiene ahora 5, diluidos en el conglomerado de SUMAR que no ha alcanzado en las recientes elecciones generales los últimos resultados de Podemos y demás satélites. Y en la derecha, Vox ha iniciado su desplome pasando de 52 escaños a 33, una caída de un 35%. Tanto Vox como los otros partidos coinciden en algo que deberían haber tenido en cuenta, su incapacidad para consolidar en su fase de crecimiento electoral una implantación territorial capaz de estructurar de abajo a arriba su configuración. Y las evidencias señalan que, sin base territorial, con direcciones políticas centralizadas, sin democracia interna y con flujos unidireccionales de arriba abajo del discurso político, los partidos no pueden subsistir, tienen un plazo de caducidad imposible de eludir. Y Vox, tras un proceso ideológico de radicalización e involución, ha entrado ahora en descomposición con la fuga de algunos importantes dirigentes. No se puede culpar, como ha hecho Abascal, a los votantes o al PP de los errores propios. Es evidente que Vox, en la medida que el PP vaya recuperando su esencia y los valores que abandonó, se irá convirtiendo en una pieza prescindible en el tablero político y dejará de ser, en el campo de la derecha, un obstáculo para lograr mayorías que garanticen la gobernabilidad.
La derecha española, ante una izquierda radical, ante un PSOE sin un proyecto de Estado, entregado a las ultraizquierdas nacionales y separatistas, ante unas derechas separatistas que sacrifican sus principios ideológicos a sus sueños independentistas, no tiene otra opción que comparecer unida en las próximas elecciones generales si quiere beneficiarse de las peculiaridades de la Ley electoral y alcanzar una mayoría suficiente para gobernar. Hay que forzar el cambio de ciclo para lograr una mayoría que garantice la gobernabilidad y que no esté sujeta a los chantajes de pequeños partidos periféricos o nacionales. Hay que volver al bipartidismo si queremos que España siga siendo España. Y la unidad de la derecha se puede buscar de muchas maneras. Por ejemplo, mediante una refundación del espacio político apelando a la unidad de todas las fuerzas políticas del centro derecha en un proyecto común, amplio, flexible y democrático; una fuerza política capaz de dialogar y de plantear acuerdos de estado, desde la fortaleza de la propia unidad, con todos aquellos partidos que, por encima de su sesgo ideológico, compartan la necesidad de reconstruir y mantener un estado fuerte capaz de servir al conjunto de la sociedad española. Y hasta llegar a ese momento, la unidad también se debe buscar estableciendo pactos prelectorales, provincia por provincia, mediante coaliciones u otras fórmulas que permitan no perder ni un solo escaño. Lo que ahora mismo sobra de verdad es el lamentable espectáculo de los pactos poselectorales que trasladan a los ciudadanos, no unos debates sobre principios o programas, sino sobre poltronas. ¡Póngase a trabajar en serio de una vez por todas!
Santiago de Munck Loyola