El
cierre de la RTVV es la constatación del fracaso, no de unas ideas ni de un
proyecto político, sino de un determinado modo de hacer política que desde hace
muchos años se ha ido instalando en buena parte de la clase política y,
especialmente, de aquella que al acceder y perpetuarse en el poder olvida por
qué y para qué está ahí. Y esa especial forma de hacer política consiste en
olvidarse del objetivo fundamental de toda acción política, la vocación de
servicio público de transformación del entorno de acuerdo con unos principios y
programas, de acuerdo con una ética política concreta. Cualquier parecido entre
la gestión del ente RTVV durante los últimos 18 años y los principios y
programas del Partido Popular es pura coincidencia. Si esta gestión hubiese
estado presidida por la austeridad, la eficacia, la ejemplaridad, la
imparcialidad, la honradez o el respeto a las más elementales normas de
transparencia democrática, conceptos todos ellos que se pueden leer y releer en
infinidad de documentos y programas del Partido Popular, hoy la RTVV seguiría
funcionando y lo estaría haciendo como un ente informativo de servicio público
ejemplar. Pero no ha sido así y el resultado está a la vista, como lo está
también en muchos otros ámbitos de la gestión pública en la Comunidad
Valenciana. Es evidente que esa forma de hacer política que prescinde de los
principios y los programas es la causa de tanto desacierto y de tantos errores
que nadie asume como se hace en una democracia, dimitiendo.
No
somos pocos los que, compartiendo esos principios y esos programas por los que,
además, hemos trabajado durante años, nos sentimos profundamente desilusionados
y avergonzados. Algunos hemos constatado que es imposible intentar desde dentro
promover cambios que desde la regeneración permitan una recuperación de los
valores y los principios en los que seguimos creyendo. Y también hemos llegado
a la conclusión de que no podemos permanecer pasivos ante una situación
política que nos produce rechazo. Ninguna organización política, por poderosa
que sea, tiene el monopolio de las ideas y los valores en los que creemos.
Cuando una bandera deja de representar nuestros valores y quienes la enarbolan
son mercenarios de la política es mejor ir al rescate de esos valores y
volverlos a situar en primera línea de la acción política.
Los
ciudadanos que creemos en el valor de la persona, de la vida humana, de la
libertad, de la unidad de España, de la igualdad de derechos y de obligaciones
entre los ciudadanos de cualquier territorio; los ciudadanos que creemos que
los derechos son de las personas y no de los territorios, que la economía debe
estar al servicio de la política y no a la inversa, que la educación, la
sanidad, las pensiones y la prestaciones sociales básicas han de estar
garantizadas para todos y por igual con independencia de la región, que hay que
promover vínculos de unión y no de separación; los ciudadanos que queremos que
la clase política sea ejemplar, que no goce de los privilegios que hoy ostenta,
que se regulen y limiten todos los sueldos públicos, que los partidos
políticos, los sindicatos y las organizaciones empresariales vivan
exclusivamente de las cuotas de sus afiliados y no de las subvenciones
públicas, que se persiga la corrupción y que los corruptos no se beneficien de
indultos; los ciudadanos que aspiramos a una paz con vencedores y vencidos, que
exigimos más firmeza frente a los terroristas, que cumplan íntegramente sus
condenas y que no se les beneficie con anómalas sentencias de Estrasburgo; los
ciudadanos que creemos imprescindible una reforma fiscal que suponga el fin de
la asfixia a la clase media, que queremos menos estado y más sociedad, menos
impuestos y más crédito, menos recortes y mejor inversión pública; los
ciudadanos que, en definitiva, creemos que hay una forma diferente de hacer
política, una forma basada en la participación ciudadana, en la permeabilidad
de los partidos a las corrientes de opinión, en la responsabilidad política del
gestor frente a los administrados y en el respeto a los programas electorales y
a los compromisos adquiridos, tenemos la obligación de ponernos en movimiento.
Nada cambiará si no lo hacemos nosotros.
En
nuestra Comunidad, el desencanto de los electores de centro y centro derecha ha
ido propiciando la aparición de multitud de pequeños grupos y organizaciones de
ámbito local o comarcal. Y al margen de la existencia de posibles
personalismos, como algunos pretenden de forma maliciosa justificar su aparición, lo cierto es que en
la inmensa mayoría de estos grupos subyace una profunda sensación de decepción,
de estafa política. Hoy por hoy, muchos electores de centro derecha, si
tuvieran que votar, o bien se quedarían en casa o bien terminarían por votar,
paradójicamente, a un partido de izquierdas como UPyD. Nada más absurdo. El
rescate de los valores usurpados, abandonados o traicionados por algunos
debería pasar necesariamente por un movimiento de convergencia y de
coordinación de todos esos pequeños grupos y, además, con la generosidad política
tan ausente en otro sitio.
Los
ciudadanos en movimiento podemos rescatar esos valores y principios que los
hechos han demostrado que no se aplican, que sólo son la tapadera de
incompetentes y medradores de la política. No es tarea fácil, pero es ilusionante.
Hay viento favorable y tenemos la ventaja de saber a qué puerto queremos
llegar.
Santiago
de Munck Loyola