
“El poder desgasta sólo a quien
no lo posee”. La frase es de Giulio Andreotti, siete veces primer ministro de Italia, ocho
veces ministro de Defensa, cinco veces ministro de Exteriores, tres veces
ministro de Administraciones Públicas, dos veces ministro de Finanzas, de
Industria, una vez ministro de Economía, de Interior, de Cultura y de Políticas
Comunitarias y senador vitalicio quien, dejando al margen su proverbial
cinismo, parece que algo sabía de política. No le faltaba razón a este gigante
italiano de la política en la que supo navegar desde 1948 hasta su muerte en 2013.
Ser o ejercer la oposición desgasta y desgasta mucho. Y lo que es una evidencia
casi generalizada en el plano de la política nacional lo es también, aunque con matices muy peculiares, en el ámbito de la vida municipal. Las reglas
políticas generales aplicables a la gran política se van distorsionando a
medida que su ámbito de aplicación se reduce. O dicho de otra forma, a menor
tamaño de un municipio más se distorsionan, suavizándose o agravándose, los
principios y reglas del juego político.
A menor tamaño de un municipio
entran en juego una serie de factores que no suelen estar presentes en ámbitos
políticos mayores: las relaciones entre grupos familiares, el conocimiento
público de la vida privada de los agentes políticos, los intereses inmediatos
de grupos, clanes o individuos con capacidad para incidir en las decisiones
municipales, el temor a la libre expresión frente al poder local, odios
ancestrales, venganzas personales y un largo etcétera que no es posible obviar
a la hora de intentar comprender las claves de la política municipal.

Es muy posible que, debido a
estos factores de ámbito local, la máxima general de Andreotti adquiera
especial importancia y que su formulación general se agrave especialmente en el
ámbito de la política local. El poder desgasta pero ser oposición desgasta aún
más. Y ¿Por qué? La primera razón es simple, quien ejerce el poder nunca, salvo
en el caso de idealistas puros (especie prácticamente extinguida), ejerce al
poder para todos, sino que lo hace especialmente en favor de quienes le han
aupado al poder. Con ello consolida la “coalición” de intereses que lo sustenta
y pone los cimientos para volver a ganar.
La segunda razón responde a cómo
se ejerce la oposición. Muchas veces quien abandona el gobierno, aunque haya
ganado las elecciones, lo hace noqueado y tarda tiempo en asumir su nuevo
papel. Durante esa transición, que a veces nunca se completa favoreciendo con
ello que el nuevo gobierno se consolide y repita victoria, la oposición no
termina de comprender cuál es su nuevo papel y qué responsabilidades conlleva. La
oposición va dando tumbos, se deja machacar, actúa como si temiera algo y
olvida algo fundamental: que está en la oposición porque ya ha depurado todas
sus responsabilidades políticas en las urnas. No hay más juez político que las
urnas, la sentencia está dictada (ser oposición) y ahora ya no es, ni puede ser, rehén de
su pasado. Ser oposición es también un gran honor porque supone ser garantía
del funcionamiento democrático de la institución municipal, la oposición
representa a los vecinos para equilibrar el juego democrático. Sin una
oposición libre, sin ataduras y sin complejos, no hay democracia posible.

La oposición solo tiene dos
enormes responsabilidades: de una parte, controlar y criticar la acción del
gobierno municipal y, de otra, proponer alternativas. Y no hay más. Traspasar
esa línea supone adulterar el juego democrático y enviar un mensaje equívoco a
los vecinos, a los electores, porque en definitiva supone quebrar la esencia
del funcionamiento del sistema democrático que se basa en el binomio
gobierno-oposición. O se está en el gobierno o se está en la oposición, o se
está embarazada o no se está, pero estar medio embarazada es imposible. El
gobierno municipal debe estar controlado y la mejor crítica constructiva es la
denuncia de cada error o ilegalidad del gobierno. Y, simultáneamente, la
oposición debe presentar alternativas, explicar a los vecinos que hay otras
políticas posibles y mejores. Sólo así se puede construir una alternativa de
gobierno.
En no pocas ocasiones, la
oposición suele caer en las trampas del gobierno y al hacerlo destruye su
capacidad de ser alternativa. Es bastante frecuente que mientras un gobierno
municipal se dedica, más que a gobernar a tratar de destruir a la oposición
restregándole un pasado que ya ha sido juzgado por las urnas, haga
simultáneamente apelaciones a la colaboración para tratar de resolver asuntos
complejos o para los que no se encuentra suficientemente capaz. Apela entonces
al bien del pueblo, a intereses de todos y utiliza toda clase de cantos de
sirena. Si la oposición cede por un mal entendido concepto de responsabilidad
sólo el gobierno gana: el éxito sólo será del gobierno y el fracaso no será
compartido, sino de la oposición. La oposición habrá traicionado a su función,
habrá hecho dejación de sus responsabilidades para asumir una, la de la
supuesta colaboración, y habrá cavado un poco más su hoyo electoral.

No hay medias tintas. Ser
oposición es un gran honor y una enorme responsabilidad y caer en las redes del
gobierno asumiendo responsabilidades que no le corresponden, conociendo además
que el adversario no es políticamente honesto sino que usa permanentemente la
técnica del palo en público y la caricia en privado, es la mejor manera de
suicidarse políticamente de sufrir un desgaste innecesario sin las protecciones
que el ejercicio del poder otorgan. Ni se puede estar medio embarazada, ni ser
medio oposición. Cada parte tiene sus obligaciones y si la oposición incumple
cualquiera de sus dos principales responsabilidades dejándose seducir por la
apelación a supuestos intereses superiores, solo merecerá seguir en la oposición
mucho más tiempo. Parafraseando también a Andreotti, hay dos tipos de locos: los que se creen Napoleón y aquellos que se creen capaces de colaborar lealmente con un gobierno socialcomunista sin salir escaldados.
Santiago de Munck Loyola