Parece
que la muerte del Príncipe heredero saudí le ha venido al Rey como anillo al
dedo para evitar hacerse la foto junto con el denostado Presidente del Consejo
General del Poder Judicial, Sr. Dívar, centro de toda clase de dardos y
diatribas. Vamos, que le ha faltado tiempo a Su Majestad para hacer las maletas
y salir pitando hacia Arabia Saudí para rendir homenaje al cadáver del heredero
saudí, dejando la papeleta de la foto de rigor con el otro “cadáver” político y
judicial a su hijo, D. Felipe. A la retórica franquista de la “tradicional
amistad con el mundo árabe” le sucedió el invento de la “Alianza de
Civilizaciones” aunque en esta ocasión parece que se ha escogido la “gran
amistad y hermandad” del Rey con los “tiranos coronados del petróleo” para
justificar este desplazamiento regio tan raudo y veloz.
Da
igual el motivo con el que se justifique este desplazamiento real, pero lo
cierto es que el Jefe del Estado padece cierto tipo de alergia a ciertas fotos.
Al Rey no le importa que le fotografíen junto al cadáver de un hermoso
paquidermo o junto a esa seudo princesa alemana que le ha estado acompañando
hasta en algunos viajes oficiales a los que no iba D. ª Sofía. Pero por donde
al parecer no pasa Su Majestad, o sus asesores de la Casa Real, es por dejarse
fotografiar junto a la cuarta autoridad del Estado, desacreditada y en el punto
de mira por algunos gastos de sus viajes, o junto al padre de algunos de sus
nietos, el Sr. Urdangarin, bajo sospecha judicial por sus suculentos negocios
cocinados en la trastienda de algunas administraciones públicas.
El “marrón”
para el nene, el heredero, que se ha tragado hoy un acto institucional de lo
más agrio y desagradable. Resulta curioso, cuando menos, el criterio selectivo
del Rey al que, según noticias recientes, parece que le salen problemas por
todos lados: ahora, una ciudadana belga y un español catalán están
reivindicando la paternidad de D. Juan Carlos. A lo mejor, dentro de poco, los
españoles nos llevamos una sorpresa similar a la que se llevaron los belgas
cuando el Rey Alberto les comunicó por televisión que tenía una hija
extramatrimonial. Nunca se sabe. Los “pecados” de la juventud llaman a veces a
la puerta de uno en el ocaso de la vida. Una vez más, se pone de manifiesto que
la ejemplaridad, esa cualidad que podría justificar en estos tiempos la
supervivencia de las Monarquías, está muy lejos de la realidad de la Familia
Real española o, por lo menos, de la de su máximo representante y exponente, el
Rey.
Volviendo
al acto de hoy presidido por D. Felipe, parece claro que los días del Sr. Dívar
el frente del poder judicial están más que contados y que renunciará a su cargo
el próximo jueves. El Sr. Dívar ha pagado y va a pagar muy caro los gastos
personales que intentó ahorrarse cargándolos a la espalda de todos los
españoles. Dice el dicho popular que “al pobre y al miserable, las cosas le
cuestan doble”. Es evidente que el Sr. Dívar lo que se dice pobre, pobre, no lo
es.
Es
cierto que algunos medios de comunicación se han cebado con el Sr. Dívar.
Algunos analistas interpretan esta actitud así como la del vocal que destapó
este asunto como una venganza del entorno del ex juez Garzón. Sea cierto o no,
y tampoco tendría nada de extraño que lo fuera, parece que el Sr. Dívar, y en
eso coincide casi todo el mundo, no ha cometido ningún delito y que su
actuación se ha ajustado de forma estricta a las normas y prácticas habituales
en el Consejo General del poder Judicial respecto a la forma de justificar este
tipo de gastos. Su error, que no delito ni falta, está precisamente en la
utilización en beneficio propio de unas normas y procedimientos de por sí
rechazables desde una perspectiva ética y moral. Y tan rechazable es el uso de
esas normas, como el hecho de que los jueces se autorregulen los procedimientos
del uso del dinero público y el control de los mismos.
En
esta cultura del despilfarro, de las prebendas, de los privilegios de nuestra
clase dirigente, lo del Sr. Dívar no es más que una pequeña gota de agua, aunque
por pequeña que sea, lo es de agua sucia. Da igual que el Sr. Dívar haya
empleado 100 o 100.000 euros en gastos de carácter privado y aunque fuese
conforme a las normas internas del Consejo General del Poder Judicial. Aquí lo
determinante de la censura social no está en la cantidad, sino en la calidad. Y
un jurista como él y un purista como él debería haberlo sabido desde el
principio. Aquí, como en el primer escalón del Estado, ha fallado la
ejemplaridad, cualidad esencial en un sistema representativo. Así que deberían
ir tomando nota los de más arriba. Sin ejemplaridad, a casa y punto.
Santiago
de Munck Loyola