Ha costado, pero al final se ha
logrado. España vuelve a tener un gobierno y no en funciones, más de un año
después de que se disolvieran las Cortes el 26 de octubre de 2015. Tras un fin
de semana intenso, aderezado con vergonzosos espectáculos en el Congreso de los
Diputados durante la sesión de investidura y con alguna que otra sorprendente
entrevista televisiva, hoy jueves 3 de noviembre Mariano Rajoy ha anunciado su
nuevo equipo de Gobierno.
Habrá quien piense que el
mecanismo constitucional no ha funcionado bien y que un año sin gobierno es una
evidencia de su fracaso. Pero conviene echar la vista atrás, repasar la
historia y, en especial, la génesis de nuestra Constitución. Es evidente que la
Constitución del 78 no es perfecta y que abrió vías muy peligrosas sobre todo
en lo referente a la estructura del Estado que afectan a la unidad de los
españoles. Pero, con todo, ha sido un modelo que ha funcionado razonablemente
bien y que nos ha dotado de una estabilidad política extraordinaria. La
Constitución del 78 supuso sobre todo un enorme esfuerzo de reconciliación
entre las dos Españas, la izquierda y la derecha. Este esfuerzo se plasmó en un
texto con concesiones ideológicas por ambas partes y, como es lógico, con
quizás demasiadas indefiniciones. Los políticos de entonces, ahora denostados
por algunos, fueron capaces de realizar enormes cesiones, de dialogar y de
buscar acuerdos para que la norma fundamental del Estado fuera capaz de
garantizar la estabilidad y la alternancia política. Personas provenientes del
más puro franquismo y sus adversarios políticos, incluso enemigos de la guerra
civil, hablaron, dialogaron y pactaron. Y esta fórmula, el consenso en aspectos
esenciales, ha sido clave en la arquitectura constitucional. Sin embargo, el
camino escogido para sellar la reconciliación entre las otras dos Españas, la
del centro y la periferia, ha fracasado. El paso de un Estado centralista a un
estado autonómico, descentralización administrativa y política, no sólo no ha
servido para acabar con la tensión centro-periferia, sino que a la luz de los
resultados no ha hecho más agravarla.
La responsabilidad de que España haya
estado sin gobierno durante más de un año quizás hay que buscarla en las
actitudes y los valores de gran parte de la actual clase política que no
comulga con los sentimientos políticos que animaron a los constituyentes a
superar los odios y enfrentamientos del pasado para buscar puntos de encuentro,
lugares comunes sobre los que cimentar la convivencia de los españoles. Las líneas
rojas, los cordones sanitarios, los vetos personales han primado más durante el
último año que la búsqueda de consensos básicos y esenciales para que España
pudiera ser gobernada. Y es, cuando menos curioso, que son algunos de los
nuevos y más jóvenes políticos los que encarnan ese desprecio al consenso y al
diálogo. Son precisamente buena parte de quienes se han criado a la luz de la
Constitución del 78 los que más desprecian sus valores más sólidos para
construir una política de diálogo y de pacto. Y para romper el círculo vicioso
en que se había convertido la investidura de un Presidente del Gobierno han
tenido que intervenir algunos de los protagonistas del 78.
El fin de semana nos deparó el
espectáculo poco edificante del diputado Rufián, un personaje cuyo partido solo
quiere romper España, intentando insultar y descalificar a todos, especialmente
a los socialistas a base de frases tuiteras y latiguillos inconexos, pero
absolutamente incapaz de construir un discurso constructivo e intelectualmente
comprensible.
O el espectáculo del Sr. Iglesias que todavía no sabe bien si su sitio
está dentro o fuera del Congreso, que se suma a la manifestación "Rodea el Congreso" promovida por Bildu, que no condena las agresiones a Diputadas de Ciudadanos, pero que no tiene inconveniente moral alguno
en aplaudir, junto con sus compañeros, a la gente más indigna que ha pisado ese
hemiciclo como son los de Bildu. El Sr. Iglesias, ahí lo tiene claro, nada de líneas
rojas con los representantes políticos de la banda asesina etarra. Y también
pudimos escuchar las confesiones del defenestrado Pedro Sánchez, más cerca de
los podemitas que de los constitucionalistas y más cerca de los que quieren
romper España que de quienes defienden su unidad. Ha evidenciado que le daba
igual el mandato de su Comité Federal, que creía que podía construir una
alternativa de gobierno de la mano de los podemitas, de los independentistas y,
si hubiera hecho falta, de los bilduetarras. Curiosamente, de la mano de todos
aquellos para quienes, por unas u otras razones, la Constitución del 78 es
papel mojado.
Tenemos Gobierno y ya es algo,
pero estamos lejos de reconstruir un espacio de convivencia y un espectro
político que vuelva a garantizar progreso y estabilidad. Son necesarias muchas
reformas empezando por todas aquellas que impliquen una sustancial mejora en la
calidad democrática de los partidos constitucionalistas. Hay que volver a
revitalizar los principios de dieron paso a nuestra Constitución y atraer a la
inmensa mayoría de los ciudadanos hacia ellos. Regenerar no es tarea fácil,
pero es imprescindible. Nos jugamos demasiado.