Llueve políticamente y mucho,
aunque algunos parece que no les importa. Tres gigantescas tormentas descargan
con fuerza agua empapándolo todo. Pero ellos a lo suyo, a los vetos, las líneas
rojas, las simplezas, las mezquindades, los intereses personales, pero no ven
ni van más allá de sus narices.
Llueve y mucho, hasta el punto de
que esto puede terminar en una riada, en una tremenda inundación sin que nadie
haga nada, sin que nadie se gane el sueldo, sin que nadie ponga los medios para
evitar la catástrofe. A la inmunidad parlamentaria han añadido la impunidad
política.
La unidad de España está más en
riesgo de desaparecer que nunca. Los independentistas siguen, paso a paso, la
ruta que ellos llaman de desconexión. Desprecian la soberanía del pueblo
español, ignoran las resoluciones de los tribunales incluidas las del Tribunal
Constitucional, malgastan el dinero de todos y encima populares y socialistas
se están pensando si retuercen el Reglamento del Congreso para que estos tipejos
puedan tener grupo parlamentario propio desde el que poder seguir atacando a
España y, por tanto, puedan recibir unos cuantos millones de euros a cuenta de
nuestros impuestos para emplearlos en su único objetivo: romper España. No sé
lo que pensarán otros, pero me da que estos independentistas son
cuasidelincuentes y quienes les ayuden o faciliten medios públicos para que
puedan seguir atacando a nuestra Constitución serán, sin duda, sus cómplices. A
los golpistas ni agua.
Por si fuera poco, además de la amenaza
interior a la unidad de España y a la convivencia pacífica, crece la amenaza
del terrorismo islamista. Esa gente lleva años realizando matanzas en nombre
del Islam, secuestrando, torturando o asesinando de forma despiadada a hombres,
mujeres o niños por ser cristianos, musulmanes, homosexuales o laicistas en
países asiáticos o africanos y ahora han llegado a Europa. Actúan de momento en
casa de nuestros vecinos pero ya están entre nosotros. Se saben que nos van a
atacar y puede ser en cualquier momento. Hoy, mañana, dentro de un mes y lo
harán en cualquier sitio. Pero no pasa nada. Nuestra clase política sigue bajo
su paraguas a sus cosas, instalada en lo políticamente correcto y, salvo
excepciones, nadie dice lo que es evidente: que nos han declarado la guerra,
que somos objetivo de los islamistas, que hay que tomar medidas, que no hay
alianza posible con esa civilización y que, lo cierto, es que existe una
incompatibilidad radical entre el Islam, moderado o fundamentalista, y la Europa de raíces cristianas,
de cultura laica, de igualdad de derechos entre sexos y de primacía de la
libertad individual.
Y una tercera tormenta que está
descargando con fuerza es la económica. España necesita mantener el crecimiento
económico y acelerarlo para crear empleo. Hemos salido, no sin esfuerzos y
sacrificios, de la recesión, pero seguimos en plena crisis económica. Cuatro
millones de desempleados, uno de cada cinco españoles, una deuda pública voraz
y un déficit crónico así lo acreditan. España ha eludido por los pelos una
sanción de la Unión
Europea por incumplir los objetivos del déficit, para mayor
frustración de la izquierda, pero habrá de recortar el gasto público en 15.000
millones de euros en dos años. Los efectos del Brexit se harán notar a medio y
largo plazo y España necesita un gobierno fuerte y sólido que proporcione
confianza a los mercados y que sea capaz de acometer las reformas estructurales
aún pendientes. Y eso no lo puede afrontar un gobierno en funciones, ni
siquiera un nuevo gobierno débil.
Ante los graves riesgos que nos
acechan, ante una situación que bien podría calificarse de emergencia nacional
lo cierto es que la actitud de la clase dirigente es más que decepcionante. Su
falta de patriotismo, su mezquindad, su cortedad de miras, su falta de
generosidad, su sectarismo y su egoísmo son deleznables. Los españoles no nos
merecemos unos líderes como éstos, gente sin palabra que sólo se mueve en
función de los intereses personales y partidistas y sin la más mínima visión de
Estado. Nos ha debido tocar vivir en tiempos de miserables. Ante este panorama
cunde el desencanto y la perspectiva de unas terceras elecciones generales en
menos de un año ya desalienta a muchos ciudadanos dispuestos a pasar de las
urnas. Y el efecto debería ser el contrario, si hay terceras elecciones todos
habremos podido constatar hasta la saciedad de qué pasta están hechos estos
candidatos y hasta dónde ha llegado su vocación de servicio a los ciudadanos, a
España y a su propio interés egoísta. Unas terceras elecciones deberían servir
para pasarles factura, no para quedarnos en casa.
Si ante la amenaza separatista,
el terror islamista y el descalabro económico estos líderes no son capaces de
mover un centímetro sus simplistas posiciones es hora de despedirlos. Que no
nos hablen de principios, de programas o de otras gaitas. Es hora de que
levanten la mirada y pongan por delante de todo a España.
Santiago de Munck Loyola