No
resulta fácil retomar la actividad de este Blog tras el descanso veraniego. No
ha sido un verano política e informativamente típico. Todo lo contrario. Ha
sido tal la avalancha informativa que resulta difícil destacar algo. Haciendo
memoria hemos presenciado el aterrizaje en los Ayuntamientos y Gobiernos
regionales de los temidos “podemitas” y sus socios en forma de tripartitos,
cuatripartitos y toda clase de fórmulas antipeperas. Y se han hecho visibles
los peores rasgos políticos de estos patés gubernamentales: sus fobias a muchas
tradiciones y su odio a los símbolos constitucionales, su incalificable
nepotismo evidenciado a la hora de colocar en los Ayuntamientos a maridos,
sobrinos y toda clase de parentelas, su doble discurso sobre la casta en la que
se han integrado a las mil maravillas y, sobre todo, su falta de programa y de
propuestas razonables sustituida con toda clase de peregrinas ocurrencias
(mamás limpiando los coles, patrullas de chivatos para la limpieza viaria, etc.).
Hemos
presenciado también una inusual actividad política debida sobre todo por tres
hechos que van a marcar el final de este convulso 2015. De una parte, el
Gobierno del Partido Popular no quiere despedirse sin dejar aprobados los
próximos Presupuestos Generales del Estado, sin aprobar la infumable reforma de
la Ley del aborto
que constituye un auténtico insulto a los votantes populares y un flagrante
incumplimiento, como tantos otros, de su programa electoral y, por último, la
reforma exprés del Tribunal Constitucional para “poder” hacer cumplir sus
sentencias. Que las sentencias, incluidas las del Tribunal Constitucional,
están para cumplirse es indudable; que ya existen mecanismos legales para
hacerlo es posible; que reforzar esos mecanismos solo perjudica a quienes no
las cumplen o no tienen intención de cumplirlas es indiscutible; que la el
Partido Popular ha promovido la reforma del Constitucional tarde y mal es
cierto y que, ante el desafío independentista, al PSOE y al resto de la
oposición les falta patriotismo y grandeza de miras es incuestionable.
De
otra parte, la convocatoria de las elecciones autonómicas catalanas para el
próximo 27 de septiembre está convulsionando a toda la sociedad por el carácter
plebiscitario que los independentistas están promoviendo y por los planes de
declaración unilateral de independencia hechos públicos. Tiene lo suyo que este proceso independentista esté liderado por el partido del 3%, un partido tan corrupto que tiene hasta sus sedes embargadas. No cabe ninguna duda
de que el conjunto de los españoles tenemos por delante un grave problema de
difícil solución si no se respetan las leyes. Sea cual fuere el resultado electoral,
el 28 de septiembre tendremos ante nosotros una sociedad catalana más
fracturada y enfrentada que nunca y no será tarea fácil ni rápida curar la
fractura. Se trata de un problema generacional que empezó a crecer día a día y
ante la pasividad general cuando el Estado decidió dejar en manos de los
independentistas algo tan básico y elemental como la educación. Durante 30 años
se ha cultivado el victimismo, el odio a lo español, se ha falseado la historia
y se sigue falseando la actualidad con la inefable colaboración de unos medios
de comunicación públicos que censuran al discrepante como recientemente acaban
de hacer con el Sr. Borrell a propósito de su libro "Las cuentas y los cuentos de la independencia". Unos y
otros, sobre todo otros, hablan unas veces de federalismo y otras de reconocer
constitucionalmente la “singularidad” de Cataluña como soluciones al reto del
independentismo, el golpismo en cámara lenta del Sr. Mas y compañía. Claro que
ni concretan esa supuesta fórmula federal, ni desarrollan esa simpleza del
reconocimiento de la “singularidad” catalana. Porque, vamos a ver, la sociedad
catalana es singular lo reconozca o no la Constitución , es una
realidad sociológica que no necesita tal reconocimiento, pero es que, además,
la singularidad catalana es tan real y tan evidente como pueda serlo, por citar
una, la singularidad alicantina y a nadie son sentido común se le ocurre exigir
tal reconocimiento constitucional para resolver los graves problemas de
discriminación que Alicante sufre por parte del Estado central y del
periférico, la Generalidad
Valenciana.
Y
el último hecho que cerrará políticamente este año pero que ha estado
diariamente presente durante este verano es la convocatoria de las próximas
elecciones generales. Todos calentando motores. El Gobierno aflojando la soga
presupuestaria para arañar votos, como debe ser aunque si hubiese sido más
decente con sus votantes no tendría tan malas expectativas. Y la oposición
descalificando al gobierno por todas estas medidas como si un gobierno solo
debiera aprobar medidas que le resten votos. Ridículo.
Y
en medio de esta vorágine informativa política ha irrumpido con fuerza el drama
de los refugiados musulmanes provenientes principalmente de Siria. No se trata
de algo nuevo, no. Hace años que vienen muriendo centenares de personas
ahogadas en el Mediterráneo, hombres, mujeres y niños. Pero pocos les han hecho
caso. No sólo es una cuestión de cantidad, sino de calidad. Ahora el drama
llama a la puerta de la Europa
rica y políticos y medios de comunicación se han volcado para sacudir las
conciencias de unos europeos cada vez más escépticos acerca de la honestidad,
compromiso y eficacia de sus instituciones comunitarias. Pero éste, el drama de
los refugiados, merece una reflexión a parte.
Santiago
de Munck Loyola