Tras
el paréntesis del año 2012, hoy se ha iniciado el vigésimo tercer debate sobre
el Estado de la Nación, continuando con una tradición parlamentaria que se
remonta al año 1983. Mucho ha cambiado España en estas tres décadas y mucho ha
cambiado también el nivel parlamentario si se compara con aquel primer debate
protagonizado por Felipe González como Presidente del Gobierno y Manuel Fraga
como líder de la oposición. Hoy, los principales adversarios se han estrenado
en sus funciones. Por primera vez, Mariano Rajoy ha intervenido como Presidente
del Gobierno y Alfredo Pérez como líder de la oposición. Uno y otro habrán
gustado más o menos a los ciudadanos que hayan tenido las ganas y la paciencia
de seguir el debate, pero seguramente cada uno habrá convencido a los miembros
de su bancada y, por supuesto, a los tertulianos y comentaristas políticos
afines que no suelen andarse con matices.
Y
¿cómo está la Nación? ¿Mejor o peor que hace un año y medio? Pues depende de los
parámetros que usemos para medir ese estado. Si nos quedamos en los síntomas,
la fiebre sigue subiendo. Si nos fijamos en las causas parece que la infección
que causaba la fiebre ha empezado a tratarse adecuadamente y que los
antibióticos administrados empiezan, lentamente, a hacer efecto. Es evidente
que a muchos les molesta que se hable de la herencia y piensan que se trata de
una excusa para justificar el actual estado económico y social de la Nación,
pero un año en los ciclos económicos es muy poco tiempo aunque a los ciudadanos
se nos haga eterno. Hoy estamos donde estamos porque hace 5 ó 6 años no se
adoptaron las medidas ni las reformas que debían haberse tomado o, por el
contrario, se adoptaron decisiones que sólo han servido para agravar la situación
actual. Hay quien va más lejos y apunta que nuestros males actuales provienen
de los gobiernos de Aznar. Si fuera así, si estaban convencidos de ello, no
queda más remedio que preguntarse cómo es posible que durante los 7 años
siguientes no se hiciese nada por corregir el rumbo de la economía ni se
propiciase un cambio en el modelo productivo. Es más, resulta inexplicable que
durante esos 7 años se incidiese en ese modelo y se exhibiese como propios los
logros derivados del impulso de aquellas políticas. Sólo hay que recordar lo de
la “Champion league” de las economías y otras simplezas similares.
La
Nación sigue teniendo fiebre, tos y dolor de cabeza. Se han aplicado fármacos
que parecen que pueden funcionar y no hay tratamientos alternativos creíbles a
la vista. Y es evidente que estos fármacos tienen numerosos efectos secundarios
que a nadie gustan.
Hoy,
el Presidente del Gobierno ha reconocido la persistencia de los síntomas y ha
anunciado una serie de medidas para tratar de fortalecer el debilitado cuerpo
de la Nación: estímulos para la contratación de jóvenes, impulso a los
emprendedores, nuevas inyecciones para el pago a proveedores, modificación del
sistema de ingreso del IVA, etc. Ha ofrecido un pacto a todos los grupos para
combatir la corrupción y ha anunciado igualmente medidas concretas para su
erradicación. También hay que resaltar sus referencias al problema territorial
originado por los independentistas y su compromiso con la defensa de la
Constitución y al respeto a la soberanía del pueblo español. Su intervención ha
sido paralela, en gran parte, a la escala de preocupaciones de los ciudadanos
que recientemente subrayaba la encuesta del CIS. Sin embargo, siendo la
corrupción una preocupación de los ciudadanos y que está vinculada a una preocupación
aún más importante como lo es la actitud de la clase política no ha hecho un
análisis, ni ha esbozado ninguna propuesta que pueda hacer cambiar esa negativa
percepción ciudadana. Tampoco ha querido entrar en ese tema el líder de la
oposición que no debe compartir esa percepción negativa que los ciudadanos
tenemos sobre la clase política y se ha centrado en el problema colateral
generado por parte de esa misma clase política para utilizarla como arma
arrojadiza. Parece que el estado de la Nación no es bueno, pero el de la clase
política es estupendo a juzgar por la falta de autocrítica evidenciada en el
debate.
Ambos
líderes están “tocados” en su credibilidad política. El Presidente del Gobierno
ha tenido el gesto, poco habitual por cierto, de reconocer que no ha cumplido
parte de sus compromisos electorales por culpa de la situación que se encontró
al empezar a levantar las alfombras del poder. Pero no se puede olvidar que si
el trabajo que el Partido Popular desarrolló en su última etapa de oposición
hubiese sido distinto, habrían podido tener, pese a las reiteradas mentiras del
anterior Gobierno, un análisis mucho más ajustado de la situación real y ello
habría impedido realizar promesas electorales que, de momento, no se pueden
cumplir.
Por
otra parte, el líder de la oposición es co responsable de las acciones y
omisiones del anterior gobierno causantes, en gran medida, de la situación
actual. Por citar el mismo ejemplo escuchado esta tarde en el debate, si en el
2007 empezaron a crecer exponencialmente las ejecuciones hipotecarias y su
Gobierno no adoptó ni una sola medida de reforma e incluso se opuso en 2010 a la consideración de
la dación en pago ¿qué credibilidad pueden tener sus críticas a las medidas que
hoy adopta el nuevo Gobierno? ¿Qué credibilidad puede tener el líder socialista
cuando teniendo más de 120 causas abiertas por presuntos casos de corrupción en
toda España su gobierno no propuso ni adoptó ninguna medida para su
erradicación?
Habrá
a quien le interese quién ha ganado o perdido este debate, quién ha estado
mejor o peor. Pero lo relevante, lo importante es saber si este debate ha
servido para que los ciudadanos ganemos algo o no, para que la Nación perciba o
no que sus políticos están haciendo lo que deben para servir a los ciudadanos.
España está para pocas peleas de gallos. Necesitamos soluciones a los problemas
del día a día y esperanzas de un futuro próximo mejor. Lo demás, sinceramente,
aburre bastante.
Santiago
de Munck Loyola