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jueves, 19 de marzo de 2015

Ikea, Alicante y la “polla insaciable”.


En una sociedad de mercado libre, no intervenida, competitiva y con instituciones limpias y transparentes el hecho de que una empresa cualquiera, por muy grande que sea y por muy Ikea que se llame, decida instalarse en una ciudad como Alicante no debería causar todos los problemas y debates que en nuestro caso se están generando. La instalación de esa empresa debería depender fundamentalmente de razones de oportunidad de mercado y del cumplimiento de la legislación vigente. Y poco o nada tendrían que decir los políticos salvo en lo relativo a la defensa de los intereses de los usuarios.

Pero es evidente que no estamos en una sociedad de mercado libre, no intervenida, competitiva y con instituciones limpias y transparentes y no lo estamos porque nos gobiernan los que nos gobiernan y porque se oponen los que se oponen. Unos y otros son los responsables del lamentable espectáculo que se está ofreciendo para algo tan normal como que funcione el mercado en una sociedad moderna y occidental. Seguramente, al observador extranjero toda esta opereta en torno a la instalación de Ikea en Alicante le suena más a una aventura empresarial en una república bananera que a la que corresponde a un país y a una ciudad occidental en el siglo XXI.

Han conseguido que la llegada de Ikea a Alicante esté asociada a la corrupción, al tráfico de influencias y, en definitiva, a lo peor de una determinada forma de entender el papel de las administraciones públicas en el funcionamiento del libre mercado. A la vista de lo que ha ocurrido y de lo que está ocurriendo es evidente que en Alicante tenemos, más bien padecemos, un Ayuntamiento y una Administración Autonómica podridas hasta la médula que, lejos de servir al interés general, al de los ciudadanos y consumidores, sirven a intereses particulares y, además, bastante sucios, gracias a una clase política en buena parte corrupta, servil, irresponsable y, cuando menos, vergonzosamente pasiva.

Para que una gran empresa se instale en una determinada ciudad sólo deben confluir dos intereses: el de la empresa y el de los consumidores o usuarios y el primero siempre dependerá del segundo. Y el papel de las administraciones no puede ser otro que el de haber desarrollado un modelo de ciudad que disponga de los suelos necesarios para que las oportunidades empresariales pueden materializarse. Y eso no ha ocurrido en nuestra ciudad cuya configuración territorial, cuya trama urbana se ha venido improvisando a golpe de ocurrencias o de intereses particulares, sin más previsión de futuro que la del pelotazo del amigote.

Para que Ikea o cualquier otra gran empresa se instale en nuestra ciudad no hace falta que se vincule con la aprobación de suelos para miles de viviendas nuevas, ni con la creación de un supercomplejo comercial de 130.000 metros cuadrados. Si se hace es sólo para beneficiar al amigote de turno, si se hace es para servir a los intereses de un particular y no al interés general. Podrán justificarlo como quieran, pero todos sabemos que eso es así. Y cuando el proyecto inicial es sometido a investigación judicial, acudir a la figura urbanística de una ATE para eludirla es una demostración palpable de que el Gobierno de la Generalidad también está sirviendo a intereses privados.

Ikea no es la panacea para el empleo ni es la salvación de la ciudad, aunque lo sea del capo de la misma. Es indudable que su implantación beneficiará al consumidor que ya no tendrá que desplazarse a Murcia o a Valencia para adquirir los productos de la multinacional sueca. Pero si Ikea va acompañada de un macrocentro comercial significará, sin duda, la asfixia de los numerosos centros comerciales de la ciudad que no terminan de despegar, supondrá la creación de muchos puestos de trabajo pero simultáneamente la pérdida de cientos de puestos de trabajo en esos mismos centros comerciales y en muchos de los comercios del centro de la ciudad y supondrá el desplazamiento y concentración del ocio con la consiguiente pérdida de vitalidad de importantes zonas de la ciudad. Hay que valorar todo y hay que redimensionar el impacto de esta iniciativa empresarial. Pero lo que hay que intentar sobre todo es obligar a nuestros gobernantes a que sitúen en el centro de sus actos el interés de los alicantinos y a que olviden de una vez sus pactos y su vergonzante sumisión en Valencia y en Alicante a la “polla insaciable”.

Santiago de Munck Loyola


sábado, 14 de marzo de 2015

Alicante maltratada: razones para un cambio.


Desde hace muchos años, los ciudadanos de Alicante sufrimos dos graves problemas cuyas consecuencias se notan en nuestra vida diaria: la discriminación que sufre nuestra provincia y la corrupción en las administraciones públicas. Estos dos problemas inciden directamente en nuestra vida porque son los responsables, en gran parte, de que el nivel de bienestar de los alicantinos esté por debajo de la media española. Ganamos menos que la media de los españoles y tenemos unos servicios públicos de calidad inferior a la media. ¿Por qué? Porque la discriminación provincial y la corrupción conllevan menos recursos públicos y privados para impulsar el desarrollo de nuestra provincia y, por tanto, del bienestar de todos los alicantinos.

Hay que recordar que Alicante es la quinta provincia española en población y en generación de riqueza. Nuestro Producto Interior Bruto es el quinto más elevado de España. Y, sin embargo, la renta media de los alicantinos está en el puesto 20 siendo 4.000 euros anuales por debajo de la media española y situándose en el último puesto de la Comunidad Autónoma. Hoy la renta media de un alicantino está más lejos de la renta de un valenciano de lo que estaba hace 20 años, lo que significa que las últimas dos décadas de política autonómica no han servido para favorecer una convergencia de las rentas provinciales sino para todo lo contrario. Y en el terreno de las rentas conviene recordar la pensión media en España es de 872 euros mientras que la de un alicantino es de 761, la más baja también de la Comunidad Valenciana.

Tanto el Estado como la Generalidad Valenciana no invierten en nuestra provincia lo que por población le corresponde. Nos discriminan y marginan y ello se traduce en malas infraestructuras, equipamientos deficitarios y prestaciones públicas deficientes. Alicante figura en el puesto 40 en las inversiones del Estado y en el último lugar en las inversiones de la Generalidad. En 2015, por ejemplo el Estado invertirá una media de 238 € por habitante, mientras que en Alicante solo invertirá 187 euros. Y la Generalidad hace lo mismo: invertirá 25 euros por alicantino mientras que la media regional será de 32 euros. Y no es la primera vez. En 7 años la Generalidad ha dejado de invertir en Alicante 253 millones de euros que le correspondían por población. Y lo mismo que en infraestructuras ocurre en las demás políticas públicas. Por ejemplo, mientras que en España hay una media de 45 médicos por cada 10.000 habitantes, en Alicante esa cifra se reduce a 32.

Estos son solo algunos ejemplos del maltrato que sufrimos los ciudadanos de Alicante. Y nuestros políticos, nuestros representantes calladitos. ¿Alguien ha escuchado a muchos diputados, senadores o alcaldes alzar la voz y denunciar esta injusticia? No lo hacen porque sus puestos dependen de Madrid o de Valencia y el que desafina sale del coro.

Y a esta discriminación hay que sumar la de la corrupción y el despilfarro que suponen no sólo una pérdida de recursos públicos, sino también privados. Es tal la mala fama que ha sembrado nuestra clase política que las inversiones huyen de nuestra ciudad y nuestra Provincia. Los que nos gobiernan han despilfarrado a manos llenas y han arruinado muchos ayuntamientos y a la propia Generalidad. Ahora cambian algunos nombres de cara a las elecciones pero detrás de los mismos siguen quienes han amparado, tolerado y protegido a los corruptos.

Discriminación provincial y corrupción conllevan menos recursos públicos y privados para el desarrollo y bienestar de los alicantinos. Es por tanto imprescindible combatir esos dos serios problemas.

Y, por eso, ha nacido Esperanza Ciudadana un partido provincial de y para Alicante. Un grupo de personas, normales y corrientes, sin cargos políticos, hartos e indignados con esta situación que queremos cambiar las cosas y que pretendemos, sobre todo, defender los intereses de los alicantinos, por encima de las disciplinas de los partidos, y regenerar la política. Sabemos que sin exigir los recursos que les pertenecen a los alicantinos y que se quedan en Madrid o en Valencia y sin limpiar a fondo las administraciones públicas no es posible atender lo único que importa en la política: el bienestar de las personas y de las familias.

Y, por eso, hemos decidido aunar esfuerzos constituyendo una coalición, “Esperanza Ciudadana – Juntos por Alicante” con otros dos partidos para ofrecer a nuestros vecinos una alternativa diferente porque ninguna otra opción política defiende lo verdaderamente importante y esencial para garantizar el progreso de Alicante: el fin de la discriminación a la que nos somete Valencia y Madrid y la regeneración política. “Esperanza Ciudadana – Juntos por Alicante” representa el cambio decente, un cambio profundo y radical para devolver a Alicante la importancia y el prestigio que le han robado. Y queremos hacerlo con la ayuda de todos, de la mano de la gente, desde abajo. Tenemos las ideas, los proyectos y los equipos para ello. Hay que pasar página, hay que romper con los grupos mafiosos que controlan buena parte de la política, con los moldes políticos caducos que lastran a nuestra provincia y a nuestra ciudad, hay que conseguir que no nos sigan ninguneando y estafando. Hay que decir ¡basta! Y exigir lo que nos corresponde. Los ciudadanos de Alicante no podemos seguir siendo tratados por el Estado y la Generalidad Valenciana como ciudadanos de segunda porque no lo somos. Hay que derrumbar los muros que impiden que se despliegue el enorme potencial que Alicante posee. Y entre todos podemos conseguirlo.

Santiago de Munck Loyola