Translate
lunes, 14 de noviembre de 2016
viernes, 11 de noviembre de 2016
Todo “patas arriba”.
La
victoria del candidato republicano a la Presidencia de los Estados
Unidos, Donald Trump, nos ha cogido desprevenidos a la mayoría de
los ciudadanos españoles. Contra todo pronóstico Trump ha barrido a
su oponente, la demócrata Hillary Clinton, y ha levantado toda clase
de alarmas. ¿De dónde venían esos pronósticos? Parece que, al
margen de las encuestas electorales que siempre las carga el diablo,
los pronósticos provenían fundamentalmente de los medios de
información, tanto norteamericanos como europeos, que transmitían
más los deseos de las élites y los grupos de presión que de los
votantes estadounidenses. Hace tiempo que los medios de información
han sobrepasado los márgenes de su opinión antes contenida a la
línea editorial o a los artículos de autor para pasar a convertirse
en medios de deformación u orientación de la opinión pública. El
tiente de las empresas propietarias o de la propia adscripción
ideológica de muchos informadores traspasa todos los límites y la
información como tal es controlada, manipulada u omitida en función
de los intereses ideológicos a los que sirve el medio de
información. La inmensa mayoría informa o comunica desde una
perspectiva cargada de subjetivismo y con una finalidad concreta.
Reconozco
que el Sr. Trump no me gusta, como tampoco la Sra. Clinton, pero
mientras que en el segundo caso poseo elementos de juicio sustentados
en una trayectoria y actuaciones políticas determinadas, reconozco
que en el caso del primero mis prejuicios provienen de una percepción
derivada fundamentalmente de lo que los medios de comunicación han
querido contar u omitir sobre el Presidente electo. Poco más que su
estampa a veces grosera, tosca o chabacana nos han dejado conocer
sobre el Sr. Trump y, por pura lógica, alguna cualidad, algún
mensaje de valor o alguna esperanza sensata ha debido ser capaz de
transmitir el Sr. Trump a los electores para haber ganado las
elecciones presidenciales, a pesar de los obstáculos de la casta
republicana, de la casta demócrata, de la casta periodística y de
los grupos de intereses que están infiltrados en todo el sistema
social norteamericano. A título de ejemplo, basta recordar el empeño
de muchos en subrayar el carácter machista del candidato republicano
sobre la base de unas grabaciones de hace diez años al mismo tiempo
que ensalzaban la figura de la Sra. Clinton como referente de los
derechos de la mujer.
Pero la historia reciente nos recuerda como el
demócrata Clinton usaba su situación de poder presidencial para
desarrollar actividades sexuales que no dignificaban precisamente el
papel de la mujer y sobre las que Sra. Clinton no mantuvo una actitud
condenatoria y combativa como se supone que debería haberlo hecho
una mujer comprometida con la dignidad de la mujer. ¡Ah! Eso no es
censurable porque la Sra. Clinton, como su marido son de izquierdas.
Frente al muro de descrédito institucionalizado por el sistema
político y social, algo positivo han debido percibir los votantes
norteamericanos para finalmente elegir a Trump Presidente.
El
sistema político norteamericano es un sistema sólido y
experimentado que puede sobreponerse con relativa facilidad a la
sorpresa de esta elección e incluso a la actitud antidemocrática
que estos días están exhibiendo en algunas ciudades norteamericanas
algunas decenas de miles de izquierdistas que protestan y no aceptan
la elección del pueblo norteamericano, por cierto, con la
complacencia de algunos medios de desinformación y de políticos
españoles, aún no recuperados del disgusto que les ha provocado
esta elección presidencial, pronto quedará en el recuerdo.
Hay
varias lecciones que podemos extraer de estas elecciones
presidenciales norteamericanas. De una parte que los todopoderosos
medios de comunicación no lo son tanto y que su descarado empeño en
moldear el voto en un determinado sentido puede provocar el efecto
contrario. De otra que las encuestas deben analizar mejor el voto
oculto porque su incidencia es mayor cuanto más maniqueo sea el
contexto electoral provocado por los medios de comunicación. Y, por
último, que la movilización de votantes tradicionalmente no
participativos, hábilmente explotada por el equipo de Trump, puede
hacer cambiar la estructura electoral y política de un país. No hay
partidos inamovibles, no hay candidatos seguros y todo puede ser
puesto “patas arriba” por el simple ejercicio de ir a votar.
Santiago
de Munck Loyola
jueves, 3 de noviembre de 2016
Empieza lo más difícil.
Ha costado, pero al final se ha
logrado. España vuelve a tener un gobierno y no en funciones, más de un año
después de que se disolvieran las Cortes el 26 de octubre de 2015. Tras un fin
de semana intenso, aderezado con vergonzosos espectáculos en el Congreso de los
Diputados durante la sesión de investidura y con alguna que otra sorprendente
entrevista televisiva, hoy jueves 3 de noviembre Mariano Rajoy ha anunciado su
nuevo equipo de Gobierno.
Habrá quien piense que el
mecanismo constitucional no ha funcionado bien y que un año sin gobierno es una
evidencia de su fracaso. Pero conviene echar la vista atrás, repasar la
historia y, en especial, la génesis de nuestra Constitución. Es evidente que la
Constitución del 78 no es perfecta y que abrió vías muy peligrosas sobre todo
en lo referente a la estructura del Estado que afectan a la unidad de los
españoles. Pero, con todo, ha sido un modelo que ha funcionado razonablemente
bien y que nos ha dotado de una estabilidad política extraordinaria. La
Constitución del 78 supuso sobre todo un enorme esfuerzo de reconciliación
entre las dos Españas, la izquierda y la derecha. Este esfuerzo se plasmó en un
texto con concesiones ideológicas por ambas partes y, como es lógico, con
quizás demasiadas indefiniciones. Los políticos de entonces, ahora denostados
por algunos, fueron capaces de realizar enormes cesiones, de dialogar y de
buscar acuerdos para que la norma fundamental del Estado fuera capaz de
garantizar la estabilidad y la alternancia política. Personas provenientes del
más puro franquismo y sus adversarios políticos, incluso enemigos de la guerra
civil, hablaron, dialogaron y pactaron. Y esta fórmula, el consenso en aspectos
esenciales, ha sido clave en la arquitectura constitucional. Sin embargo, el
camino escogido para sellar la reconciliación entre las otras dos Españas, la
del centro y la periferia, ha fracasado. El paso de un Estado centralista a un
estado autonómico, descentralización administrativa y política, no sólo no ha
servido para acabar con la tensión centro-periferia, sino que a la luz de los
resultados no ha hecho más agravarla.
La responsabilidad de que España haya
estado sin gobierno durante más de un año quizás hay que buscarla en las
actitudes y los valores de gran parte de la actual clase política que no
comulga con los sentimientos políticos que animaron a los constituyentes a
superar los odios y enfrentamientos del pasado para buscar puntos de encuentro,
lugares comunes sobre los que cimentar la convivencia de los españoles. Las líneas
rojas, los cordones sanitarios, los vetos personales han primado más durante el
último año que la búsqueda de consensos básicos y esenciales para que España
pudiera ser gobernada. Y es, cuando menos curioso, que son algunos de los
nuevos y más jóvenes políticos los que encarnan ese desprecio al consenso y al
diálogo. Son precisamente buena parte de quienes se han criado a la luz de la
Constitución del 78 los que más desprecian sus valores más sólidos para
construir una política de diálogo y de pacto. Y para romper el círculo vicioso
en que se había convertido la investidura de un Presidente del Gobierno han
tenido que intervenir algunos de los protagonistas del 78.
El fin de semana nos deparó el
espectáculo poco edificante del diputado Rufián, un personaje cuyo partido solo
quiere romper España, intentando insultar y descalificar a todos, especialmente
a los socialistas a base de frases tuiteras y latiguillos inconexos, pero
absolutamente incapaz de construir un discurso constructivo e intelectualmente
comprensible.
O el espectáculo del Sr. Iglesias que todavía no sabe bien si su sitio
está dentro o fuera del Congreso, que se suma a la manifestación "Rodea el Congreso" promovida por Bildu, que no condena las agresiones a Diputadas de Ciudadanos, pero que no tiene inconveniente moral alguno
en aplaudir, junto con sus compañeros, a la gente más indigna que ha pisado ese
hemiciclo como son los de Bildu. El Sr. Iglesias, ahí lo tiene claro, nada de líneas
rojas con los representantes políticos de la banda asesina etarra. Y también
pudimos escuchar las confesiones del defenestrado Pedro Sánchez, más cerca de
los podemitas que de los constitucionalistas y más cerca de los que quieren
romper España que de quienes defienden su unidad. Ha evidenciado que le daba
igual el mandato de su Comité Federal, que creía que podía construir una
alternativa de gobierno de la mano de los podemitas, de los independentistas y,
si hubiera hecho falta, de los bilduetarras. Curiosamente, de la mano de todos
aquellos para quienes, por unas u otras razones, la Constitución del 78 es
papel mojado.
Tenemos Gobierno y ya es algo,
pero estamos lejos de reconstruir un espacio de convivencia y un espectro
político que vuelva a garantizar progreso y estabilidad. Son necesarias muchas
reformas empezando por todas aquellas que impliquen una sustancial mejora en la
calidad democrática de los partidos constitucionalistas. Hay que volver a
revitalizar los principios de dieron paso a nuestra Constitución y atraer a la
inmensa mayoría de los ciudadanos hacia ellos. Regenerar no es tarea fácil,
pero es imprescindible. Nos jugamos demasiado.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)