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viernes, 11 de noviembre de 2016

Todo “patas arriba”.

La victoria del candidato republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, nos ha cogido desprevenidos a la mayoría de los ciudadanos españoles. Contra todo pronóstico Trump ha barrido a su oponente, la demócrata Hillary Clinton, y ha levantado toda clase de alarmas. ¿De dónde venían esos pronósticos? Parece que, al margen de las encuestas electorales que siempre las carga el diablo, los pronósticos provenían fundamentalmente de los medios de información, tanto norteamericanos como europeos, que transmitían más los deseos de las élites y los grupos de presión que de los votantes estadounidenses. Hace tiempo que los medios de información han sobrepasado los márgenes de su opinión antes contenida a la línea editorial o a los artículos de autor para pasar a convertirse en medios de deformación u orientación de la opinión pública. El tiente de las empresas propietarias o de la propia adscripción ideológica de muchos informadores traspasa todos los límites y la información como tal es controlada, manipulada u omitida en función de los intereses ideológicos a los que sirve el medio de información. La inmensa mayoría informa o comunica desde una perspectiva cargada de subjetivismo y con una finalidad concreta.

Reconozco que el Sr. Trump no me gusta, como tampoco la Sra. Clinton, pero mientras que en el segundo caso poseo elementos de juicio sustentados en una trayectoria y actuaciones políticas determinadas, reconozco que en el caso del primero mis prejuicios provienen de una percepción derivada fundamentalmente de lo que los medios de comunicación han querido contar u omitir sobre el Presidente electo. Poco más que su estampa a veces grosera, tosca o chabacana nos han dejado conocer sobre el Sr. Trump y, por pura lógica, alguna cualidad, algún mensaje de valor o alguna esperanza sensata ha debido ser capaz de transmitir el Sr. Trump a los electores para haber ganado las elecciones presidenciales, a pesar de los obstáculos de la casta republicana, de la casta demócrata, de la casta periodística y de los grupos de intereses que están infiltrados en todo el sistema social norteamericano. A título de ejemplo, basta recordar el empeño de muchos en subrayar el carácter machista del candidato republicano sobre la base de unas grabaciones de hace diez años al mismo tiempo que ensalzaban la figura de la Sra. Clinton como referente de los derechos de la mujer. 

Pero la historia reciente nos recuerda como el demócrata Clinton usaba su situación de poder presidencial para desarrollar actividades sexuales que no dignificaban precisamente el papel de la mujer y sobre las que Sra. Clinton no mantuvo una actitud condenatoria y combativa como se supone que debería haberlo hecho una mujer comprometida con la dignidad de la mujer. ¡Ah! Eso no es censurable porque la Sra. Clinton, como su marido son de izquierdas. Frente al muro de descrédito institucionalizado por el sistema político y social, algo positivo han debido percibir los votantes norteamericanos para finalmente elegir a Trump Presidente.

El sistema político norteamericano es un sistema sólido y experimentado que puede sobreponerse con relativa facilidad a la sorpresa de esta elección e incluso a la actitud antidemocrática que estos días están exhibiendo en algunas ciudades norteamericanas algunas decenas de miles de izquierdistas que protestan y no aceptan la elección del pueblo norteamericano, por cierto, con la complacencia de algunos medios de desinformación y de políticos españoles, aún no recuperados del disgusto que les ha provocado esta elección presidencial, pronto quedará en el recuerdo.

Hay varias lecciones que podemos extraer de estas elecciones presidenciales norteamericanas. De una parte que los todopoderosos medios de comunicación no lo son tanto y que su descarado empeño en moldear el voto en un determinado sentido puede provocar el efecto contrario. De otra que las encuestas deben analizar mejor el voto oculto porque su incidencia es mayor cuanto más maniqueo sea el contexto electoral provocado por los medios de comunicación. Y, por último, que la movilización de votantes tradicionalmente no participativos, hábilmente explotada por el equipo de Trump, puede hacer cambiar la estructura electoral y política de un país. No hay partidos inamovibles, no hay candidatos seguros y todo puede ser puesto “patas arriba” por el simple ejercicio de ir a votar.

Santiago de Munck Loyola

jueves, 3 de noviembre de 2016

Empieza lo más difícil.



Ha costado, pero al final se ha logrado. España vuelve a tener un gobierno y no en funciones, más de un año después de que se disolvieran las Cortes el 26 de octubre de 2015. Tras un fin de semana intenso, aderezado con vergonzosos espectáculos en el Congreso de los Diputados durante la sesión de investidura y con alguna que otra sorprendente entrevista televisiva, hoy jueves 3 de noviembre Mariano Rajoy ha anunciado su nuevo equipo de Gobierno.

Habrá quien piense que el mecanismo constitucional no ha funcionado bien y que un año sin gobierno es una evidencia de su fracaso. Pero conviene echar la vista atrás, repasar la historia y, en especial, la génesis de nuestra Constitución. Es evidente que la Constitución del 78 no es perfecta y que abrió vías muy peligrosas sobre todo en lo referente a la estructura del Estado que afectan a la unidad de los españoles. Pero, con todo, ha sido un modelo que ha funcionado razonablemente bien y que nos ha dotado de una estabilidad política extraordinaria. La Constitución del 78 supuso sobre todo un enorme esfuerzo de reconciliación entre las dos Españas, la izquierda y la derecha. Este esfuerzo se plasmó en un texto con concesiones ideológicas por ambas partes y, como es lógico, con quizás demasiadas indefiniciones. Los políticos de entonces, ahora denostados por algunos, fueron capaces de realizar enormes cesiones, de dialogar y de buscar acuerdos para que la norma fundamental del Estado fuera capaz de garantizar la estabilidad y la alternancia política. Personas provenientes del más puro franquismo y sus adversarios políticos, incluso enemigos de la guerra civil, hablaron, dialogaron y pactaron. Y esta fórmula, el consenso en aspectos esenciales, ha sido clave en la arquitectura constitucional. Sin embargo, el camino escogido para sellar la reconciliación entre las otras dos Españas, la del centro y la periferia, ha fracasado. El paso de un Estado centralista a un estado autonómico, descentralización administrativa y política, no sólo no ha servido para acabar con la tensión centro-periferia, sino que a la luz de los resultados no ha hecho más agravarla.

La responsabilidad de que España haya estado sin gobierno durante más de un año quizás hay que buscarla en las actitudes y los valores de gran parte de la actual clase política que no comulga con los sentimientos políticos que animaron a los constituyentes a superar los odios y enfrentamientos del pasado para buscar puntos de encuentro, lugares comunes sobre los que cimentar la convivencia de los españoles. Las líneas rojas, los cordones sanitarios, los vetos personales han primado más durante el último año que la búsqueda de consensos básicos y esenciales para que España pudiera ser gobernada. Y es, cuando menos curioso, que son algunos de los nuevos y más jóvenes políticos los que encarnan ese desprecio al consenso y al diálogo. Son precisamente buena parte de quienes se han criado a la luz de la Constitución del 78 los que más desprecian sus valores más sólidos para construir una política de diálogo y de pacto. Y para romper el círculo vicioso en que se había convertido la investidura de un Presidente del Gobierno han tenido que intervenir algunos de los protagonistas del 78.

El fin de semana nos deparó el espectáculo poco edificante del diputado Rufián, un personaje cuyo partido solo quiere romper España, intentando insultar y descalificar a todos, especialmente a los socialistas a base de frases tuiteras y latiguillos inconexos, pero absolutamente incapaz de construir un discurso constructivo e intelectualmente comprensible. 

O el espectáculo del Sr. Iglesias que todavía no sabe bien si su sitio está dentro o fuera del Congreso, que se suma a la manifestación "Rodea el Congreso" promovida por Bildu, que no condena las agresiones a Diputadas de Ciudadanos, pero que no tiene inconveniente moral alguno en aplaudir, junto con sus compañeros, a la gente más indigna que ha pisado ese hemiciclo como son los de Bildu. El Sr. Iglesias, ahí lo tiene claro, nada de líneas rojas con los representantes políticos de la banda asesina etarra. Y también pudimos escuchar las confesiones del defenestrado Pedro Sánchez, más cerca de los podemitas que de los constitucionalistas y más cerca de los que quieren romper España que de quienes defienden su unidad. Ha evidenciado que le daba igual el mandato de su Comité Federal, que creía que podía construir una alternativa de gobierno de la mano de los podemitas, de los independentistas y, si hubiera hecho falta, de los bilduetarras. Curiosamente, de la mano de todos aquellos para quienes, por unas u otras razones, la Constitución del 78 es papel mojado.

Tenemos Gobierno y ya es algo, pero estamos lejos de reconstruir un espacio de convivencia y un espectro político que vuelva a garantizar progreso y estabilidad. Son necesarias muchas reformas empezando por todas aquellas que impliquen una sustancial mejora en la calidad democrática de los partidos constitucionalistas. Hay que volver a revitalizar los principios de dieron paso a nuestra Constitución y atraer a la inmensa mayoría de los ciudadanos hacia ellos. Regenerar no es tarea fácil, pero es imprescindible. Nos jugamos demasiado.

Santiago de Munck Loyola



martes, 11 de octubre de 2016

¡Viva España y Viva la Hispanidad!


Parecía que no cabía un tonto más en el panorama político nacional, pero no es así. Cada vez que la españolidad se pone en juego, sea en su vertiente deportiva, histórica o política, salta a la palestra toda una recua de majaderos que vomitan su hispanofobia y exhiben sin vergüenza alguna su profunda ignorancia. La democracia tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes y uno de ellos, dadas las particularidades de nuestro sistema electoral, es que cuando votas a unas siglas te tragas la lista entera, mentecatos incluidos.

La caverna hispanofóbica izquierdista e independentista viene asomando la patita cada vez que puede y sus sectarios exabruptos históricos y políticos se traducen, cuando tiene la posibilidad de tomar decisiones desde un ejecutivo, en manifestaciones de odio como la prohibición de ver partidos de la Selección Nacional de fútbol en las calles de Barcelona o en desprecios institucionales hacia nuestros campeones olímpicos que se enorgullecen de su españolidad.

Ahora le ha tocado a nuestra Fiesta Nacional, el 12 de octubre, el Día de la Hispanidad. Toda una caterva de indocumentados se ha puesto en fila para ver quien dice la gilipoyez más grande y ofensiva buscando su minuto de gloria en el ranking de su cochiquera populista o independentista. Por segundo año consecutivo, Pablo Iglesias, líder de Podemos, no asistirá a ninguno de los actos conmemorativos del 12 de octubre, con lo que, por cierto, ganarán en categoría, pero su actitud denota un profundo desprecio a lo español mientras no tiene inconveniente alguno en asistir a actos y conmemoraciones separatistas, ni empacho alguno en apoyar consultas ilegales separatistas diseñadas con el único propósito de destruir la unidad de España. El Sr. Iglesias podrá dar las lecciones de patriotismo que quiera, pero su versión del mismo es tan incompatible con la idea de España como la de “los patriotas” que se llevan el dinero a los paraísos fiscales.

Y si se desciende al escalón de los Ayuntamientos, el panorama es desternillante. Los llamados “alcaldes del cambio” constituyen un conjunto digno de estudio. Cuentan que Churchill en los inicios de su carrera solo se preguntaba cómo hacer para alcanzar un escaño y que tras conseguirlo y observar la inteligencia y preparación de muchos de sus colegas solo se preguntaba cómo diantres lo habían conseguido éstos. Pues algo parecido ocurre con buena parte de esta colección de ediles del cambio. La Alcaldesa de Badalona gracias al PSC, Mª Dolores Sabater, de profesión docente, que sólo obtuvo 5 concejales frente a García Albiol (que obtuvo 10) encabezando la lista de “Guanyem Badalona en Comú”, candidatura transversal, alternativa, rupturista y soberanista (casi nada), ha alcanzado cierta notoriedad entre los hispanófobos al manifestar su intención de que la Fiesta Nacional fuese laboral en su sufrido Ayuntamiento al entender que el 12 de octubre es el Día de Franco y del racismo. Y no estaba sola con semejante estupidez ya que su teniente de alcalde de Hacienda y Recursos Humanos, Jose Téllez, militante de la CUP subrayó que "es una fecha que conmemora un genocidio, el de la ocupación de América, y tiene connotaciones franquistas, cuando se celebraba el Día de la Raza".

Y el pasado mes de septiembre, los colegas de la esta Alcaldesa en Barcelona, la CUP, presentaron una moción al Pleno para que se retirase la estatua de Colón por tratarse de un monumento “que enaltece el colonialismo y el esclavismo”. Claro que parece que la cosa es normal en la ciudad condal si tenemos en cuenta que en el mismo Ayuntamiento el Concejal de Arquitectura, el socialista Daniel Mòdol califica a la Sagrada Samilia de “pseudo obra de Gaudí”, de una “gran farsa que arrastramos desde hace tiempo” y como “una mona de pascua gigante que hace su camino de la mano de unos privados” y nadie le pone en su sitio.

Pues sí, es evidente que todavía caben muchos más tontos. Los majaderos están a la orden del día, están de moda y lo saben, por eso se afanan en destacar en fechas especialmente señaladas. La conquista de América fue un episodio histórico con sus luces y sus sombras, una proeza realizada hace más de 500 años que no es posible enjuiciar solo ni desde la perspectiva tan extendida de la leyenda negra bien tejida y mejor comprada por los enemigos de España, ni desde la perspectiva de un maniqueísmo simplista.

Quedémosnos con lo positivo, con el legado que supone una gran comunidad cultural de más de 600 millones de personas. El 12 de octubre es nuestra Fiesta Nacional, el Día de la Hispanidad, la conmemoración de una gesta que supuso una gran base para la construcción de España como Nación y de su proyección internacional durante siglos. Y, si a los que padecen hispanofobia les jode, que se jodan (y perdón por la expresión) en su caverna de odio e inquina. ¡Viva España y Viva la Hispanidad!

Santiago de Munck Loyola

miércoles, 5 de octubre de 2016

Y, a pesar de todo, terceras elecciones.


Tras el entretenido y vergonzoso espectáculo que los socialistas han ofrecido este fin de semana a los españoles y a pesar de los cambios surgidos del mismo en el seno del PSOE, el fantasma de unas terceras elecciones generales no ha desaparecido del horizonte. Es evidente que la radicalidad de Pedro Sánchez y de su equipo solo llevaban a una alternativa: o gobierno del “cambio”, es decir, gobierno socialista con el populismo e independentistas o terceras elecciones, es decir, la constatación del fracaso de una clase política egoísta y sectaria a más no poder. Pero no sería justo achacar en exclusiva al defenestrado líder socialista la responsabilidad de esa posición imposible porque se trata de una responsabilidad compartida por el conjunto de una organización que desde hace tiempo ha ido alejándose del centro político y de la moderación para instalarse en los campos de la radicalidad. Un PSOE podemizado, tal y como acaba de declarar el presidente de la nueva gestora socialista, para el que todo valía y de la mano de quien fuera con tal de arrebatar cuotas de poder local o autonómico.

La organización socialista, como la popular cuando tocaba, ha evitado exigir responsabilidades políticas a su dirección y solo a última hora algunos han echado mano de ello para recordar que un político que ha cosechado seis derrotas electorales durante su corto mandato y que elección tras elección va empeorando los resultados electorales de su partido debería haber asumido responsabilidades y haber presentado su dimisión. Tarde se han atrevido a decir en voz alta lo que en cualquier democracia consolidada es una norma básica y ello, como es lógico, ha sido interpretado por muchos ciudadanos como una simple excusa. Es, cuando menos llamativo, que hasta el mismo día en que Felipe González no cargó contra Pedro Sánchez no se desató la tormenta que ha acabado con Pedro Sánchez y su equipo. Felipe González ha evitado, entre otras cosas, que el Rey se viera abocado a proponer a Pedro Sánchez como candidato a la Presidencia con un acuerdo bajo el brazo suscrito con Podemos que defiende el derecho a la autodeterminación y los independentistas. Menudo papelón habría tenido que asumir el Rey.

La nueva dirección socialista sigue transmitiendo un mensaje imposible, un mensaje que por mucho que pretendan no cuadra: NO a la investidura de Rajoy + NO a terceras elecciones + NO a un gobierno apoyado por independentistas. Las tres posiciones a la vez no son posibles, son incompatibles y lo saben. Es verdad que modificar el primer NO requiere tiempo, pero el principal problema es que éso es precisamente lo que no hay, tiempo. Y el segundo NO está íntimamente ligado a que se sustituya el primer NO por una abstención en la investidura del candidato popular.

Por su parte, en el Partido Popular conscientes de que el PSOE, dividido y sin candidato,  no puede permitirse ahora ir a unas terceras elecciones están dispuestos a subir el listón. Ya no quieren una simple abstención socialista, ahora reclaman cierta estabilidad para poder aprobar los próximos presupuestos y ciertas leyes. Se han hartado a decir que lo último que querían era unas terceras elecciones, que esas elecciones nos expondrían al ridículo internacional, etc. Y ahora, visto como está el PSOE y con un ojo puesto en algunas encuestas, parece que ya no les desagrada tanto esa posibilidad. No cabe la menor duda de que cambiarán el discurso como están cambiando la Ley Electoral. Dirán con toda seguridad que lo que en agosto les parecía de perlas, la abstención del PSOE, ahora es insuficiente porque no les garantiza la gobernabilidad, echarán mano de la imprescindible estabilidad y nos llevarán a esas terceras elecciones generales que, se supone, nunca han querido.

Deberían tener en cuenta, antes de aventurarse a ello, que las elecciones las carga el diablo y que, a la luz de las encuestas, podrán arañar diez escaños más si es que el calvario judicial que les toca no lo impide, pero con toda seguridad conseguirán que la oposición esté encabezada por un crecido Pablo Iglesias, cada vez más engreído y prepotente, que tras haberse comido y digerido a Izquierda Unida se comerá otra buena porción de voto socialista. ¿Es éso lo que le conviene a España? Como se dice ahora, si el PP fuerza esas terceras elecciones, si cree que es bueno para España hacerlo debería hacerselo mirar.

Santiago de Munck Loyola


martes, 27 de septiembre de 2016

De mal en peor.



Si alguien pensaba que el resultado de las pasadas elecciones autonómicas celebradas en Galicia y el País Vasco iba a servir para desbloquear la situación política y facilitar la formación de un Gobierno para España se ha equivocado. Del resultado de estas elecciones se han sacado tantas lecturas como comentaristas políticos existen y cada cual ha tratado de arrimar el ascua a su sardina. Sin embargo, tras diez meses sin gobierno y tras los resultados de estas elecciones sí que es posible confirmar dos peculiaridades de nuestra cultura democrática.

La primera es que hemos perdido o, mejor dicho, nuestra clase política ha perdido toda capacidad de diálogo, de acuerdo o de consenso, que tan importante fue en nuestra transición, en unos momentos especialmente difíciles para el conjunto de la Nación y, en especial, para millones de españoles cuya supervivencia económica se encuentra en un estado dramático. Nadie o muy pocos hablan ahora de los más de 4 millones de desempleados, de los miles de desahucios que anualmente se siguen produciendo, de las míseras pensiones de muchos ciudadanos, de la subsistencia de todos los privilegios de la clase política, de los riesgos del terrorismo islamista o del avance del proceso de ruptura de nuestra Nación. Todo lo más se habla y como arma arrojadiza de la corrupción que pesa sobre los grandes partidos y sobre las corruptelas de los recién llegados.

La segunda peculiaridad es la inexistencia de asunción de responsabilidades políticas por los resultados electorales. En los países europeos con más larga tradición democrática, que deberían servirnos de espejo para asimilar sus mejores conductas, no se concibe que tras un fracaso electoral un líder, un candidato, no presente su dimisión. Ya tras las elecciones generales del pasado mes de diciembre, la lógica democrática exigía que quien siendo Presidente de Gobierno con una mayoría aplastante de 186 diputados la deja en 123 escaños hubiese presentado su dimisión. Es evidente que muchos justificarán aquel resultado pero los hechos son los que son. Y también entonces un líder de la oposición que no sólo no fue capaz de rentabilizar el desgaste del gobierno y deja a su partido con 20 escaños menos, pasando de 110 a 90, debía igualmente haber presentado su dimisión, como debería haberlo hecho seis meses después al lograr pasar de 90 a 85 diputados. Todo un récord. Y esta peculiaridad, incomprensible para nuestros vecinos europeos, se ha visto reforzada tras las elecciones autonómicas del pasado domingo. ¿Ha dimitido alguien en el PSOE? ¿Ha dimitido alguien en el PP del País Vasco por empeorar unos resultados anteriores ya de por si malos? Nadie.

Es evidente que los resultados de las pasadas elecciones autonómicas no ayudan a despejar el panorama nacional. Todo lo contrario. La situación, a la luz de los últimos acontecimientos se complica enormemente. De una parte, el PSOE se ha convertido en una olla a presión y su Secretario General está forzando la maquinaria interna para sostenerse en el poder. De otra parte, el Partido Popular, tan necesitado de una profunda regeneración, ha decidido posponer cualquier movimiento en esa dirección y limitarse a observar la posible “voladura” del PSOE. Ciudadanos no ha terminado de asimilar que el batacazo en Galicia y País Vasco limita enormemente y quizás de forma definitiva su proyección como partido de ámbito nacional. Y Unidos Podemos, tras fagocitar completamente a Izquierda Unida, contribuye interesadamente a agitar las aguas de Ferraz rompiendo, de momento, los pactos de gobernabilidad que mantenía con el PSOE en Castilla la Mancha y en Extremadura a costa, sin ningún rubor, de la necesaria gobernabilidad para los ciudadanos de esas dos regiones. Todo vale con tal de primar los intereses partidistas por encima de los intereses de los ciudadanos.

Eso sí, podemos estar tranquilos. Todos los partidos han manifestado por activa y por pasiva que lo último que desean es que tengamos que celebrar unas terceras elecciones generales, pero, por si acaso, sí se han puesto de acuerdo para reformar la Ley Orgánica de Régimen Electoral por el procedimiento de urgencia para que esas indeseadas terceras elecciones se celebren el próximo 18 de diciembre, recortando una semana la campaña electoral, y que así no tengamos que votar en día de Navidad. Para que luego digamos que esta clase política no piensa en el bienestar de los españoles.

Santiago de Munck Loyola
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