Pasados ya seis meses de las
elecciones municipales bien se puede ir esbozando un pequeño balance del cambio
de gobierno producido en tantos y tantos ayuntamientos españoles. En mayo de
2015 muchos vecinos decidieron con su voto jubilar a partidos que llevaban años
gobernando sus ayuntamientos y dar una oportunidad a otros que representaban un
cambio de políticas y parecían satisfacer mejor las aspiraciones vecinales. En
muchos municipios los vecinos apostaron por el cambio, a veces a través de dos
o tres formaciones políticas diferentes que se vieron en la necesidad de llegar
a acuerdos para poder formar los nuevos gobiernos municipales. Los Gobiernos de
los perdedores. Es indudable que cuanto más pequeño es un municipio más fácil
parece, salvo desencuentros familiares que tienen su peso en las localidades
pequeñas, llegar a acuerdos de gobierno por encima de las divisiones
ideológicas. Se suele anteponer el interés del pueblo a la política partidista
y suele funcionar. Por ello, no es infrecuente encontrar ayuntamientos regidos
por coaliciones variopintas que elevadas al ámbito nacional serían impensables.
En no pocos casos, esos deseos de
cambio se están viendo frustrados por las actitudes y aptitudes de los nuevos
gobiernos municipales. Muchos nuevos gobernantes han aterrizado en sus
ayuntamientos haciendo gala de una escasa formación intelectual, de un pasmoso
desconocimiento de la realidad de las instituciones que gobiernan y de su
propio pueblo. Otros deben creer que el hecho de haber pasado la reválida de
las urnas les confiere conocimientos técnicos suficientes, que por cierto se
tardan años en ser adquiridos a través de estudios universitarios o de la
experiencia, y se meten directamente a gestionar la cosa pública prescindiendo
de la legalidad y hasta del sentido común. Al éxito electoral reciente le suele
acompañar cierta soberbia y un peligroso exceso de confianza cuando lo que
debería primar en su nueva singladura política es la humildad, la capacidad de
escucha, el esfuerzo por sumar y por aprender para servir mejor a todos los
vecinos y no solo a unos pocos. La sed de revancha, la desconfianza partidista
y la altivez no son nunca buenas compañías y menos aún en los momentos
iniciales porque marcarán una senda difícil de abandonar.
Muchos gobiernos municipales han
perdido unos meses preciosos en los que deberían haber sentado los cimientos de
un auténtico programa de cambio para toda la legislatura en, desde una
perspectiva interna, reorganizar la administración a su gusto, sin criterios
técnicos sino partidistas, en fiscalizar o perseguir (caza de brujas) a los
empleados sospechosos de no ser adictos (en un pueblo se conoce todo el mundo),
y, desde una perspectiva externa, en realizar gestos de cara a la galería que
plasmen el cambio producido, es decir, mucho ruido y pocas nueces. Apelan a la
herencia recibida para ir preparando al personal del previsible incumplimiento
de sus promesas, intentan con esa supuesta herencia chantajear a la oposición
para que no ejerza sus funciones y exhiben gestos (el uso de bicicletas, por
ejemplo) o publicitan grandes logros (el cambio de nombre de calles) como
ejemplos evidentes de que el cambio ha llegado. Y en no pocos lugares el
supuesto cambio se ha traducido de forma inmediata en la colocación de amigos y
familiares dentro y fuera de los ayuntamientos (“ya nos tocaba” dicen).
Seis meses deberían haber dado
para mucho más. El supuesto cambio está empezando a ser más que decepcionante.
El cambio profundo de políticas que tantos millones de ciudadanos respaldaron
en las últimas elecciones municipales está, de momento, limitándose a un cambio
de caras, de estilo, de proveedores o de discurso, muy plañidero por cierto. Y
poco más. Desgraciadamente el cambio no se ha traducido en muchas localidades en
el abandono y destierro de prácticas sectarias, en voluntad de integración, en
vocación de servicio comunal o en la simple profesionalización de la
administración para ponerla realmente al servicio de toda la ciudadanía. Muchos
nuevos responsables siguen pensando que han sido elegidos para gestionar (algo
para lo que no están preparados, ni tienen por qué estarlo) y olvidan que para
lo que han sido elegidos es para hacer política, la política en la que sus
vecinos han creído. Repiten los errores de sus antecesores y acabarán como
ellos, sin duda.
Una sociedad como la nuestra, con
tantos problemas pendientes de resolver necesita que también sus ayuntamientos
se regeneren, algo imposible de conseguir sin voluntad política para ello. Nuestros
Ayuntamientos, la administración pública más cercana al ciudadano, necesitan
ese cambio real, no sólo de caras. Y es cierto que no todos los políticos son
iguales pero cuando alcanzan el poder ¿a que se parecen?
Santiago de Munck Loyola