Tras el entretenido y vergonzoso
espectáculo que los socialistas han ofrecido este fin de semana a los españoles
y a pesar de los cambios surgidos del mismo en el seno del PSOE, el fantasma de
unas terceras elecciones generales no ha desaparecido del horizonte. Es
evidente que la radicalidad de Pedro Sánchez y de su equipo solo llevaban a una
alternativa: o gobierno del “cambio”, es decir, gobierno socialista con el
populismo e independentistas o terceras elecciones, es decir, la constatación
del fracaso de una clase política egoísta y sectaria a más no poder. Pero no
sería justo achacar en exclusiva al defenestrado líder socialista la
responsabilidad de esa posición imposible porque se trata de una
responsabilidad compartida por el conjunto de una organización que desde hace
tiempo ha ido alejándose del centro político y de la moderación para instalarse
en los campos de la radicalidad. Un PSOE podemizado, tal y como acaba de declarar el presidente de la nueva gestora socialista, para el que todo valía y de la mano de quien fuera con tal
de arrebatar cuotas de poder local o autonómico.
La organización socialista, como la
popular cuando tocaba, ha evitado exigir responsabilidades políticas a su
dirección y solo a última hora algunos han echado mano de ello para recordar
que un político que ha cosechado seis derrotas electorales durante su corto
mandato y que elección tras elección va empeorando los resultados electorales
de su partido debería haber asumido responsabilidades y haber presentado su
dimisión. Tarde se han atrevido a decir en voz alta lo que en cualquier
democracia consolidada es una norma básica y ello, como es lógico, ha sido
interpretado por muchos ciudadanos como una simple excusa. Es, cuando menos
llamativo, que hasta el mismo día en que Felipe González no cargó contra Pedro
Sánchez no se desató la tormenta que ha acabado con Pedro Sánchez y su equipo.
Felipe González ha evitado, entre otras cosas, que el Rey se viera abocado a
proponer a Pedro Sánchez como candidato a la Presidencia con un acuerdo bajo el
brazo suscrito con Podemos que defiende el derecho a la autodeterminación y los
independentistas. Menudo papelón habría tenido que asumir el Rey.
La nueva dirección socialista sigue
transmitiendo un mensaje imposible, un mensaje que por mucho que pretendan no
cuadra: NO a la investidura de Rajoy + NO a terceras elecciones + NO a un
gobierno apoyado por independentistas. Las tres posiciones a la vez no son
posibles, son incompatibles y lo saben. Es verdad que modificar el primer NO
requiere tiempo, pero el principal problema es que éso es precisamente lo que
no hay, tiempo. Y el segundo NO está íntimamente ligado a que se sustituya el
primer NO por una abstención en la investidura del candidato popular.
Por su parte, en el Partido Popular
conscientes de que el PSOE, dividido y sin candidato, no puede permitirse ahora ir a unas terceras
elecciones están dispuestos a subir el listón. Ya no quieren una simple
abstención socialista, ahora reclaman cierta estabilidad para poder aprobar los
próximos presupuestos y ciertas leyes. Se han hartado a decir que lo último que
querían era unas terceras elecciones, que esas elecciones nos expondrían al
ridículo internacional, etc. Y ahora, visto como está el PSOE y con un ojo
puesto en algunas encuestas, parece que ya no les desagrada tanto esa
posibilidad. No cabe la menor duda de que cambiarán el discurso como están
cambiando la Ley Electoral. Dirán con toda seguridad que lo que en agosto les
parecía de perlas, la abstención del PSOE, ahora es insuficiente porque no les
garantiza la gobernabilidad, echarán mano de la imprescindible estabilidad y
nos llevarán a esas terceras elecciones generales que, se supone, nunca han
querido.
Deberían tener en cuenta, antes de
aventurarse a ello, que las elecciones las carga el diablo y que, a la luz de
las encuestas, podrán arañar diez escaños más si es que el calvario judicial
que les toca no lo impide, pero con toda seguridad conseguirán que la oposición
esté encabezada por un crecido Pablo Iglesias, cada vez más engreído y
prepotente, que tras haberse comido y digerido a Izquierda Unida se comerá otra
buena porción de voto socialista. ¿Es éso lo que le conviene a España? Como se
dice ahora, si el PP fuerza esas terceras elecciones, si cree que es bueno para
España hacerlo debería hacerselo mirar.
Santiago de Munck Loyola