La
cosa está mal, muy mal. La cosa está mucho peor de lo que nos dijeron, bastante
peor de lo vemos y muy lejos de mejorar en poco tiempo. La cosa nos es otra que
esta inmensa crisis económica, social y moral que está arrasando todo lo que
toca. Ahora se constata que nadie, salvo que estuviese bien “colocado”, pudo
vislumbrar el más mínimo y tierno brote verde porque ya había empezado a
galopar por la pradera española el caballo del Atila del Siglo XXI. Esos
insaciables mercados, con su desconocida prima hasta no hace mucho, no tienen
bastante con todo lo que se han llevado por delante y cada día exigen más y
más.
La
situación parece que supera por momentos al Gobierno que, si tenía un Plan,
debía ser gemelo del Programa Electoral, es decir, papel mojado por rebosantes
orines de unos pañales que nadie se ocupó de cambiar durante años. La ahora
oposición, que sí que debía saber lo que se cocía, tampoco sabe qué pieza
bailar. En su seno, unos se pronuncian por la yenka y otros por el vals mientras
los micrófonos indiscretos les pillan con las manos en la masa, bueno, mejor
dicho, con la lengua en movimiento.
Un
Programa Electoral no es un simple catálogo de promesas con el fin de captar
votos. Un Programa Electoral es ante todo un Plan de Gobierno, una declaración
de intenciones sobre lo que se va a hacer si se ganan unas elecciones. Un
Programa Electoral, como cualquier plan o programa mínimamente serio, sólo
puede ser diseñado desde un riguroso análisis de la realidad, de una evaluación
concienzuda de dónde y cómo se está. Una vez establecida la foto del momento se
establecen los objetivos, las metas a las que se quiere llegar si se gobierna y
los caminos que se van a utilizar para alcanzarlas. Nos dicen ahora que la
realidad con que se han encontrado es mucho peor de la que se esperaban o de la
que conocían o que el Gobierno anterior les engañó en las cifras y que, por
tanto, no se puede cumplir el programa electoral. Claro que entonces uno se
pregunta ¿a qué se dedicaba la oposición entonces? ¿Cómo es posible que la
oposición desconociese hasta tal punto la realidad que ahora no pueda cumplir
ni por aproximación su programa electoral, su Plan de Gobierno? La oposición
está para controlar al Gobierno de turno y para presentar alternativas. Pero
¿qué clase de control realizó durante los últimos años? Es evidente que si la
oposición hubiese realizado bien su trabajo, si hubiese controlado de forma
exhaustiva al Gobierno habría podido hacer un análisis certero de la situación,
habría presentado un Programa Electoral adecuado a la realidad existente y no
se habría llevado tantas sorpresas como parece que se está llevando. Vale, la
oposición se equivocó y los españoles votamos mayoritariamente un programa
electoral poco “adecuado” para sortear esta pesadilla de herencia de ZP. Pero
¿y los principios? Porque si algo debería quedar, algo por debajo de medidas
programáticas concretas, es el conjunto de principios ideológicos de un partido
político. No cuadra que, aparcadas ciertas promesas, se adopten medidas de
emergencia absolutamente contrarias a las que se suponen inspiraban el
programa. Antes nos decían: para recaudar más hay que bajar los impuestos, así
se crea riqueza, se emprenden nuevas actividades, se crea trabajo y,
finalmente, al haber más contribuyentes se recauda más. Ahora parece que eso ya
no vale: ahora para recaudar más subo todos los impuestos y punto. ¿Y para éso
se cambia de Gobierno?
La
cosa está mal, muy mal. Es verdad. Y hasta tal punto está mal que nuestros
socios europeos nos dicen ahora que no son suficientes todos los recortes,
reformas y sacrificios adoptados en tiempo record en los últimos meses. Nos
dicen que tenemos que sacrificarnos más. Es decir, que tenemos que gastar mucho
menos para que dediquemos el dinero ahorrado con ello a seguir pagando los
intereses de la creciente deuda pública. Cada euro que retiramos de la sanidad,
de la educación, de las prestaciones sociales, de las infraestructuras se va a
pagar deuda e intereses. Y nos dicen que tenemos que retirar más euros. Para
empeorar las cosas algunas Cajas y Bancos están empezando a exhibir sus
vergüenzas, tan complacientemente escondidas durante los últimos años. Muchas
de esas entidades son las que han dejado ya sin casa a 300.000 familias
españolas y ahora necesitan del dinero de todos, incluido el poco que puedan
tener esas 300.000 familias, para ser rescatadas. ¡Perfecto! Menos euros para
los ciudadanos.
No
nos engañemos, si las cosas siguen así, pronto nos van a anunciar más subidas
de impuestos que recortarán el consumo y generarán más paro, más recortes en
prestaciones públicas, menos derechos sociales y una larga batería de medidas
para contentar a Europa y a los mercados, prima incluida. Estamos ante una
auténtica situación de emergencia social a punto del colapso del sistema. Y,
mientras tanto, ni Gobierno, ni oposición son capaces de aparcar diferencias
para subrayar puntos de encuentro. Mientras tanto se ha aparcado uno de los
principales problemas que tenemos: que nos guste o no, no podemos seguir
costeando este Estado de las autonomías tan caro y tan ineficiente, digan lo
que digan. Mientras tanto nuestra clase política sigue sin ser austera, sin dar
ejemplo, sin sacrificarse como nos exige a los demás que lo hagamos. Nuestra
clase política sigue disfrutando de privilegios fiscales, de un sistema de
pensiones privilegiado, de ingresos múltiples, de prebendas inadmisibles. No es
de recibo que los diputados y senadores viajen gratis en desplazamientos
privados y que sólo el Congreso pagase en 2011 más de 7 millones de euros a
Renfe e Iberia. No es de recibo que siga disfrutando de más de 22.000 coches
oficiales o que por cada cargo electo haya 1,5 asesores, como en el
Ayuntamiento de Alicante. No, no es de recibo. Los sacrificios deben ser para
todos y la ejemplaridad debe ser primordial.
Tanto
el Estado del Bienestar como la sociedad del Bienestar se están escapando por
el sumidero aunque no así el bienestar de la clase política que no parece
dispuesta a “apearse” del burro ni a reconocer que nuestros males tienen su
origen en sus decisiones y omisiones.