Translate

Mostrando entradas con la etiqueta Monarquía. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Monarquía. Mostrar todas las entradas

jueves, 19 de abril de 2012

La efímera fama de los rivales de Dumbo y Yogui.

Parece que nuestro Rey, Presidente de honor de la asociación ecologista WMF, está haciendo, sin habérselo propuesto, que los animales víctimas de sus aficiones cinegéticas eclipsen a famosos personajes del mundo de la ficción. En 2006 el pobre oso rumano Mitrofán, al parecer en estado de grave intoxicación etílica, se topó con la escopeta de Su Majestad e hizo palidecer la fama del oso Yogui quien, en décadas de aventuras animadas en los parajes de Yellostowne, nunca tuvo tropiezo de tan funestas consecuencias como las de su colega rumano. En estos días, la fama del pobre Dumbo podría peligrar si trascendiesen, en caso de tenerlo, los nombres de los paquidermos africanos objeto de las atenciones regias. La vida es así, la fama en ocasiones depende de estar en el momento preciso en el lugar adecuado. Bueno, en estos luctuosos casos y vistos los fatales desenlaces, sería más apropiado hablar de estar en el momento inoportuno en el lugar equivocado.

Es muy posible, casi seguro, que si su Majestad no hubiese tenido mala pata, cayéndose y lesionándose la cadera hasta el punto de requerir un traslado urgente a España para ser intervenido quirúrgicamente, los españoles no habríamos conocido nada de su desafortunada aventura africana. Afortunado en el juego, desgraciado en amores dice el refrán popular. Bien puede decirse lo contrario: Desafortunado en el juego, agraciado en amores. Y como la caza no resulta ajena al riesgo y al azar, es evidente que tiene bastante de juego. Ni que decir tiene que estos dos eventos cinegéticos antes citados apuntan indicios de poca fortuna regia en estos menesteres que, además, han servido para sacar a la palestra la buena fortuna del monarca en el campo de los amoríos, al parecer teutones.

El incidente, además de servir para mermar la fama de insignes y entrañables animales de ficción, ha valido para que todos en este país y allende sus fronteras dediquemos un tiempo a especular sobre el asunto y sus consecuencias y sobre todo para que exhiban sus mejores galas desde los aduladores cortesanos hasta los furibundos republicanos, pasando hasta por los especialistas en alcantarillas mediáticas, salvadores “de luxe”. Hemos escuchado de todo, desde reivindicaciones de referendum sobre la forma del Estado, hasta peticiones de abdicación. Incluso, algunos personajes han transformado lo que ha sido una auténtica torpeza, dicho esto en todos los sentidos, en una falta del pueblo español por ingrato, nada menos.

Unos olvidan que, les guste o no, la Monarquía está legitimada en las urnas mediante un referendum constitucional. Otros olvidan que el Rey en 1981 sólo hizo lo que constitucionalmente tenía que hacer, aunque algo tarde en opinión de algunos, y que, por tanto, su actuación no debería ser esgrimida como una permanente hipoteca de gratitud incondicional. Y mucho menos aún se puede esgrimir esa presunta deuda de gratitud como un aval para su sucesor.

Que el Rey se ha equivocado es más que evidente y hasta él mismo lo ha reconocido con más o menos sinceridad y más o menos espontaneidad. España tiene hoy en día problemas mucho más importantes que los derivados de un incidente como éste o que la forma de la Jefatura del Estado. Lo que sí ha quedado de manifiesto y conviene anotarlo para el momento oportuno es que la Monarquía si no es ejemplar no sirve y que la legitimidad de origen debe estar siempre seguida de la legitimidad de ejercicio. Si algo de positivo ha podido tener este asunto es que, probablemente, los colegas de carne y hueso de Yogui, de Dumbo, de Bambi, del Lobo feroz y demás tendrán en el futuro en frente un Elmer coronado menos.

Santiago de Munck Loyola

viernes, 29 de abril de 2011

SOBRE LA BODA REAL Y LA VIGENCIA DE LAS MONARQUÍAS.

Vaya semanita que nos están dando las televisiones con la dichosa boda del hijo de Lady Di. Inaguantable. Los británicos siempre han sido muy suyos con su monarquía, pero seguirles el juego de esta manera resulta ya cansino. A ver si se casa de una vez el niño y nos dejan descansar un poco.

Sin embargo, la feria mediática en torno a este enlace me ha traído a la mente algunas reflexiones que hace tiempo me rondan sobre las monarquías en nuestro tiempo. Siempre he sido partidario de la Monarquía como forma de gobierno debido, en gran parte, a la influencia familiar y al convencimiento racional de la bondad e idoneidad de la misma. Veía en la Monarquía constitucional una institución clave para la estabilidad política de las democracias occidentales que servía para desarrollar funciones de arbitraje y moderación en las pugnas de los partidos políticos y de representación del Estado. Era un hecho evidente que bajo las monarquías constitucionales europeas, a lo largo del siglo veinte, la democracia se consolidaba y las sociedades progresaban. Además, muchas monarquías estaban envueltas en un cierto halo de prestigio que la lejanía respecto a los súbditos y la ausencia de medios de comunicación como los actuales les confería respetabilidad y un cierto valor ejemplarizante para sus sociedades.

Pero hoy ya no es así. Ahora estamos al tanto de las miserias humanas que protagonizan los miembros de las Casa Reales. Los medios de comunicación, sin el temor reverencial del pasado, nos ponen al día de todo y ese halo, esa ejemplaridad ha desaparecido. Hoy, los príncipes quieren y tienen los mismos derechos que los demás ciudadanos conservando, eso sí, los privilegios ancestrales. Las Monarquías se han modernizado para que sus miembros gocen de los derechos de los plebeyos, prescindan de tradicionales obligaciones y conserven sus privilegios hereditarios. El valor simbólico y ejemplarizante de las monarquías ya no existe. La magia de las coronas ha desaparecido.

Ahora sabemos que al próximo Rey de Gran Bretaña le encantaría haberse convertido en el tampón de su amante. O que uno de sus hijos no tiene inconveniente en disfrazarse de nazi en una estupenda juerga. O que la futura Reina de Noruega tuvo un pasado más bien escabroso con escarceos con toda clase de substancias. O que el Rey de los belgas ha tenido que reconocer recientemente una paternidad extramatrimonial, algo, por cierto, más habitual de lo que parece. O que la futura Reina de España a la que traté en muchas ocasiones cuando era vecina de Rivas-Vaciamadrid ni era persona de creencias religiosas, ni monárquica.

Todo ello me plantea muchas dudas sobre la idoneidad de la monarquía en estos tiempos. Tengo muy claro que no me gustaría tener un Jefe de Estado con aspiraciones de tampón o de compresa aunque a los británicos parezca no importarles. E igual de claro tengo que con mis impuestos no me gustaría sostener a un Jefe de Estado cuya esposa no cree en la institución de la que forma parte. Si la monarquía no puede ser ejemplar, si sus miembros quieren ejercer los mismos derechos que cualquier ciudadano pero no las mismas obligaciones no veo ninguna razón de peso para sostenerla con mis impuestos y privarme de derecho a elegir a la persona que quiero que me represente como Jefe de Estado. Do ut des decían los romanos. Y si los miembros de las casas reales no están dispuestos a dar, yo tampoco.

Santiago de Munck Loyola