A pesar de que la guerra civil en
Siria lleva más de cuatro años desarrollándose, a pesar que ha originado más de
220.000 muertos y más de 4.000.000 de refugiados hasta hace poco ha permanecido
en un segundo plano entre las prioridades informativas de los medios de
comunicación europeos y, por tanto, entre las preocupaciones de los ciudadanos
occidentales. Cerca de cuatro millones de refugiados sirios se hacinan en
campamentos miserables en los países limítrofes, Turquía, Líbano, Jordania e
Irak, y cientos de miles están intentando entrar desesperadamente en Europa.
Las grandes potencias, al
contrario de lo que algunos puedan pensar, no han permanecido ajenas a esta
guerra civil. Han contribuido a su desarrollo apoyando a las distintas
facciones enfrentadas. De una parte Rusia o Irán, por ejemplo, han venido
prestando ayuda al régimen de Bashar al-Asad y los Estados Unidos y algunos
países occidentales lo han hecho a los grupos armados opositores. Han estado
echando leña al fuego durante estos últimos cuatro años pero no han movido un
dedo para acabar con el enfrentamiento armado y con el tremendo drama
humanitario que éste ha causado entre la población civil siria.
La entrada en el conflicto de los
terroristas de ISIS, el llamado Estado Islámico, hace más de un año supuso una
alarma para algunos, sobre todo por la impúdica exhibición de sus brutales
métodos de exterminio.
Sin embargo, la difusión de las imágenes en las que
decapitaban a rehenes extranjeros, en las que degollaban a decenas de
cristianos junto a una playa en el mediterráneo o junto a una cuneta, en las
que arrojaban a un joven acusado de ser homosexual desde lo alto de un
edificio, en las que degollaban y crucificaban a niños y a sus madres por ser
cristianos a duras penas lograron movilizar a las conciencias occidentales ni,
por supuesto, a los dirigentes de nuestros países. Y ya había millones de
refugiados.
La fotografía de un niño ahogado
en la playa, el pequeño Aylán, lo ha cambiado todo. Y no, no es el primer niño
que huye del horror o de la miseria que muere ahogado en el Mediterráneo.
Decenas o quizás centenares han muerto ahogados durante las últimas décadas al
intentar pasar de África a nuestra rica Europa, al intentar de escapar de la
miseria, del hambre o de la violencia. Y, sin embargo, pocos son los que se han
ocupado de ellos, pocos son los que se han hecho eco en sus portadas de esos
dramas. ¿Por qué ahora sí y no hace un año o cinco? No será por falta de
imágenes desgarradoras.
Es imposible sustraerse a la
sospecha de que este cambio de rumbo informativo y por consiguiente de
movilización de las conciencias de los ciudadanos occidentales está orquestado.
No parece casual. No parece casual que coincida con la llegada a las fronteras
de los países occidentales de cientos de miles de ciudadanos sirios que, pese a
cuatro años de conflicto, no habían logrado llegar y ahora sí. ¿Por qué se
golpea ahora a las conciencias y a la solidaridad de los europeos y no hace uno
o dos años? ¿Por qué se apela a la solidaridad con los refugiados sirios y no
se ha hecho lo mismo con los libios, senegaleses o congoleños?
Sean las razones que hubiere
detrás de esta “espontánea” movilización de solidaridad con los refugiados
sirios es indudable que no es posible ignorar el problema humanitario existente
en las propias fronteras de la Unión Europea. Ni por principios ni por
tradición cultural o religiosa podemos los europeos cerrar los ojos. Tenemos la
obligación de prestar nuestra ayuda ante lo que constituye una emergencia
humanitaria, pero también es cierto que debemos hacerlo con coherencia y con
prudencia, huyendo de demagogias y actitudes supuestamente “buenistas”. Y no
puede ser de otra forma porque sabemos que estamos ante un feroz enemigo cuyos
brutales métodos conocemos y que ha anunciado en repetidas ocasiones su
intención de utilizar el drama de los refugiados para golpear en el corazón de
Europa. Prestar ayuda humanitaria a los refugiados es una obligación moral,
pero también lo es adoptar las medidas necesarias para proteger la seguridad e
integridad de nuestras sociedades. Hemos visto cientos de imágenes de mujeres y
niños intentando llegar a Europa y junto a ellos muchos hombres acompañándoles.
Ahora que se empieza a plantear la posibilidad de intervenciones armadas de las
potencias occidentales para acabar con la guerra civil en Siria no parece que
tenga mucho sentido que puedan morir nuestros jóvenes militares mientras que
los sirios que se han refugiado en Europa permanecen aquí como espectadores. Puede
que sea políticamente incorrecto plantearlo, pero es lo que dicta el sentido
común.
Santiago de
Munck Loyola