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miércoles, 2 de marzo de 2011

RAMALAZOS TOTALITARIOS, PATERNALISMOS INNECESARIOS.

Durante décadas hemos convivido con la idea, hábilmente cultivada, de que la izquierda era prácticamente sinónimo de libertad. Daba igual que medio mundo estuviese oprimido por regímenes comunistas y que fuera evidente que allí dónde triunfaba la izquierda más ortodoxa, los partidos comunistas, se suprimía la democracia parlamentaria y se acababa con las libertades individuales. Cierto es que en la Europa occidental la izquierda, sobre todo después de la segunda guerra mundial, ha ido evolucionando y ha asumido planteamientos liberales en cuanto a la organización y funcionamiento de la sociedad democrática. En España, no fue hasta la transición cuando el PSOE abandonó el marxismo, concepción ideológica incompatible con las libertades individuales, y el PCE asumió la estrategia eurocomunista, un disfraz aparentemente respetuoso con la democracia parlamentaria y las libertades individuales. Sin entrar a fondo en la evolución de la izquierda española, más lenta que la europea, lo cierto es que el mensaje y la imagen que transmitía era y sigue siendo que izquierda y libertades eran prácticamente lo mismo y todo ello ignorando evidencias históricas no muy lejanas que ponían de manifiesto otra cosa muy distinta.


No hace muchos años todavía tuvimos la ocasión de leer, no sin asombro, un manifiesto firmado por ilustres miembros del subvencionado mundo de la farándula en el que se denunciaba al Gobierno de Aznar como un peligro para las libertades. Ni más, ni menos.

Es cierto que la izquierda española ha cambiado, aunque aún no ha abjurado de su pasado y de su trayectoria liberticida. Pero también resulta evidente que sigue padeciendo ciertos ramalazos de autoritarismo y de desconfianza hacia la libertad individual. Son constantes esos “tics” en la acción del gobierno socialista y saltan permanentemente a la vista, aunque guarden silencio los habituales “pancarteros” de hace unos años.

La nueva Ley antitabaco es una buena muestra de esa tendencia liberticida de los socialistas, por más que justifiquen sus medidas con diferentes excusas. La reciente reducción de los límites de velocidad también lo es. Justifican esta decisión diciéndonos que se trata de impulsar el ahorro de los ciudadanos, es decir, de imponer un ahorro de combustible a los particulares. Luego añaden que con esta medida se salvan vidas o que se reduce la contaminación, pero la primera justificación utilizada fue la del ahorro. Recuerda mucho aquel lema del “aunque usted pueda, España no puede”. Y digo yo ¿no sería mejor que se preocuparan nuestros gobernantes de ahorrar en los recursos públicos que administran? ¿No somos ya mayorcitos los ciudadanos para decidir en qué queremos ahorrar y en qué no?

Ayer, el Secretario de Estado de Economía, D. José Manuel Campa dio buena muestra de ese desfasado paternalismo y de esa querencia a reducir el ámbito de la libertad individual. El Sr. Campa piensa que la tasa de ahorro de los españoles, en torno al 18 % de la renta disponible, es excesiva y que si gastásemos dos puntos más y redujéramos así el ahorro mejoraría el PIB. Para colmo, afirma que las familias españolas son ricas porque tienen patrimonio. Es decir que por el hecho de tener vivienda en propiedad, con su inevitable hipoteca, las familias españolas son ricas. Puede que sea así, pero gracias a él y a su gobierno cada vez menos ricas y si no que pregunte a alguna de las 250.000 familias cuya hipoteca ha sido ejecutada en 2010. Bueno, para él lo importante es que los españoles tenemos que gastar más, pero no en gasolina (ahí han decidido que hay que ahorrar), ni en tabaco, ni en hamburguesas, ni en segundas residencias (turismo de sol y playa, nada de nada). Así que lo mejor es esperar a que este benevolente gobierno nos haga la lista de la compra, a que nos diga con más concreción en qué debemos gastar el dinero.

Es evidente que si hay más ahorro es por que hay cada vez más desconfianza y más incertidumbre. No hace ninguna falta que el Gobierno marque el ritmo del consumo y del gasto a los ciudadanos. Con toda seguridad, el día que el Sr. Campa y sus compañeros de Gobierno se marchen cambiarán las cosas. Eso sí, lo que parece que va a tardar mucho en cambiar es esa tendencia de la izquierda española a cercenar la libertad de los ciudadanos. Su falso paternalismo nace de una profunda desconfianza en los valores y las capacidades del individuo. Y eso tiene difícil remedio.

Santiago de Munck Loyola

domingo, 19 de septiembre de 2010

EL LIBRO NEGRO DE CARRILLO DE JOSÉ JAVIER ESPARZA.





Uno de los libros que he tenido ocasión de leer este verano es “El libro negro de Carrillo” de José Javier Esparza, de la editorial Libroslibres. Se trata de un relato de 300 páginas en el que se hace un repaso de la trayectoria política de Santiago Carrillo. El libro está escrito con una soltura y fluidez que hacen amena su lectura. La verdad es que si uno está interesado por la política y por nuestro pasado reciente se lee de un tirón.

José Javier Esparza hace un repaso de la biografía de Santiago Carrillo encuadrándola perfectamente en los sucesos políticos que marcaron la reciente historia de España y muy especialmente la historia del PCE. Para ello sustenta su relato en numerosos testimonios y fuentes que acreditan la veracidad del mismo y que nos ofrecen una perspectiva muy amplia de las características y mentalidad de Santiago Carrillo. Luis Gómez Llorente, Largo Caballero, Indalecio Prieto, el propio Santiago Carrillo, Simeón Vidarte, Mundo Obrero, Ricardo de la Cierva, El Socialista, Líster, Fernando Claudín o Semprún, por citar solo a unos pocos, sirven de fuentes para alimentar este relato vital que contiene pasajes verdaderamente estremecedores y que ponen de relieve la frialdad y la determinación del protagonista.

Pero, si hay algo que me ha llamado la atención del personaje es el valor que siempre ha atribuido a la vida humana ante la consecución de un determinado fin político. Siempre se ha asociado a Santiago Carrillo con las matanzas de Paracuellos del Jarama. Se ha discutido hasta la saciedad sobre su responsabilidad directa en el cruel asesinato de casi 5000 personas inocentes en su mayoría de cualquier otra falta que no fuese la de profesar una determinada creencia. El propio Carrillo, en un Pleno del PCE celebrado en Valencia en 1937, afirma que la aniquilación de traidores en la retaguardia “no es un crimen, no es una maniobra sino un deber exigir una tal depuración”. Pero, en todo caso, los hechos de Paracuellos siendo injustificables están enmarcados en la extrema violencia de una guerra civil.

Lo que es menos conocido por la mayoría de los ciudadanos es la forma en que Santiago Carrillo se hace con el control y el poder de PCE. Un partido que nunca defendió la democracia parlamentaria ni las libertades, sino que perseguía como fiel partido estalinista la implantación de la dictadura del proletariado aplicando los métodos típicos del estalinismo, entre ellos, la aniquilación física del adversario. Santiago Carrillo fue y se declaró un estalinista convencido y fue, por tanto, consecuente con ello a la hora de afianzar su poder en el PCE. Cientos de militantes comunistas, luchadores en la España ya franquista, guerrilleros miembros del maquis y cualquier comunista que pudiera estorbarle fueron denunciados a la policía franquista o purgados en el exilio (algunos incluso acabaron en hospitales psiquiátricos soviéticos) o simplemente fueron asesinados por orden de Santiago Carrillo. Cualquier excusa era válida: por ser troskistas, revisionistas, monzonistas o fraccionistas. Cuando un comunista era etiquetado con cualquier calificativo ajeno a la ortodoxia estalinista podía darse por perdido.

Santiago Carrillo es producto de una época concreta y la historia, fría y objetiva, le juzgará con justicia. Pero me pasa lo que al autor del libro. Me sorprende que el protagonista de hechos tan negros como los que carga en su cuenta cautive aún a una buena parte de la progresía española hasta el punto de tributarle homenajes. “Los buenos” como decía Peces Barba alaban y homenajean a un político responsable de muchos crímenes de sangre cometidos incluso contra sus propios correligionarios, a un político para quien la sagrada vida humana no ha tenido valor alguno, tan sólo el de un mero instrumento desechable para la consecución de fines muy mezquinos.

Santiago de Munck Loyola.