La
decisión del juez Castro de imputar a la Infanta Cristina ha provocado un
infantil regocijo y algarabía en buena parte de la izquierda, de muchos
comentaristas políticos y de amplios sectores de la población. Poco importa
para ello que, al parecer, el auto de imputación dictado por su señoría peque
de incoherencia e inconsistencia jurídica y que se base más en escasos indicios
incriminatorias que en hechos relevantes. Buena parte de la opinión pública se
alegra y se ensaña con la Infanta tal y como antes hizo con su esposo, el Sr.
Urdangarin. Sin freno alguno y sin medir las negativas consecuencias de ello se
cargan las tintas sobre ambos personajes como si los hechos que se les imputan
y las responsabilidades que de ellos pudieran derivarse sólo les
correspondieran a ellos. Parece como si el Sr. Urdangarín y su socio, con la
complacencia, colaboración o complicidad de la Infanta Cristina hubiesen
asaltado las cajas de las administraciones públicas y se hubiesen llevado el
dinero. Y no es así, ni mucho menos.
A
un servidor, que no es precisamente un fervoroso partidario de esta Monarquía
tan poco ejemplar, sobre todo por la conducta frívola, indiscreta e
irresponsable de su máximo representante, el Rey, este ensañamiento callejero
de la Infanta y de su marido le parece más una cortina de humo y un espectáculo
bien aderezado por los medios de comunicación que sólo sirve para alejar el
punto de mira de quienes son los auténticos responsables del mal uso que se
haya podido dar al dinero público. No cabe ninguna duda que el Sr. Urdangarin,
con la colaboración de su ex socio y antiguo amigo, ha sido un pájaro de
cuidado, un fresco y ambicioso que sabía que usando adecuadamente su relación
familiar se le podían abrir muchas puertas para ganar dinero a espuertas. Pero
tan cierto como lo anterior es que ni el Sr. Urdangarin, ni su socio, han
asaltado ninguna caja fuerte, ni han forzado a nadie a realizar negocios con
ellos. Muy posiblemente se dedicaron a vender humo, a vender a precios
desorbitados servicios que no lo valían o a facturar prestaciones que no se
realizaron. Ellos pusieron precio a su humo y, lo peor, es que hubo quien lo
compró y lo pagó con el dinero de los contribuyentes. Son precisamente los que
compraron el humo del Sr. Urdangarín y quienes lo pagaron tirando del cajón
público los verdaderos responsables de este escándalo. Son los que por mandato
de las urnas tenían la obligación política, legal y ética de usar ese dinero
público con la “diligencia de un buen padre de familia” y no lo hicieron.
Compraron a lo tonto, a cualquier precio y sin comprobar la mercancía, todo por
una buena foto. Son, ni más ni menos, los políticos que firmaron estos
contratos y convenios con las Fundaciones o empresas del Sr. Urdangarín y los
técnicos que debían haber fiscalizado esos gastos. ¿Y dónde están en los
telediarios? ¿Dónde están los nombres de los políticos y de los técnicos
responsables de velar por el dinero de los contribuyentes? ¿Por qué no los
persigue la prensa?
Ni
el Sr. Urdangarin, ni su socio, ni la Infanta Cristina pudieron tener acceso a
un solo céntimo público por si mismos, necesitaron que determinados políticos
pagasen esas cantidades millonarias que ahora hemos conocido. Y, sin embargo,
todos los focos están puestos en los primeros; la mayoría de la gente sólo
carga sobre ellos las tintas al igual que la inmensa mayoría de los medios de
comunicación. Ni a la Infanta ni a su marido los hemos elegido los ciudadanos,
están donde están por su parentesco, pero a quienes sí hemos elegido, a los que
hemos votado es a los responsables políticos que debían gestionar
escrupulosamente nuestro dinero y no lo han hecho y debería ser, por tanto, a
quienes con mayor firmeza denunciásemos y exigiésemos las responsabilidades a
que hubiese lugar. Y, sin embargo, hasta ahora están saliendo de “rositas” ya
que casi nadie se fija en ellos. Si se dejaron engañar o si sabían que
compraban a precio de oro lo que no lo valía, estos políticos y técnicos
deberían irse a la calle y pagar con su patrimonio el agujero que por
irresponsabilidad o ignorancia han dejado en las arcas públicas. Sólo así se
hará justicia de verdad en este escándalo que tanto daño está haciendo a la
imagen internacional de España.
Santiago
de Munck Loyola