Estos
días de junio se han dado a conocer dos propuestas que, desde perspectivas
radicalmente opuestas, coinciden
fundamentalmente en poner de manifiesto el agotamiento casi agónico de nuestro
actual sistema político o, al menos, de su expresión diaria. Esta conjunción,
que no planetaria al estilo Pajin sino más modestamente local, no es otra cosa
que la constatación y expresión de un sentimiento de hastío y de rechazo cada
vez más extendido en nuestra sociedad. Todos los indicadores sociológicos que
las encuestas vienen reiterando una y otra vez señalan un distanciamiento cada
vez mayor de los ciudadanos hacia las instituciones y, especial, hacia quienes
las gestionan. Este estado de ánimo se irá traduciendo en sucesivas propuestas
encaminadas todas a plasmar en medidas concretas de carácter político y social un profundo
cambio. Las dificultades y sacrificios que esta prolongada crisis está
imponiendo a millones de españoles hacen que se empiece a cuestionar un sistema
que junto a grandes aciertos del pasado no está siendo ahora capaz de ofrecer
salidas dignas a tantos millones proyectos vitales frustrados. Los ciudadanos
constatamos la existencia de dos mundos paralelos en nuestra sociedad: el mundo
del desempleo, de la desesperanza, de la pobreza, de los sacrificios, de los
recortes, de la precariedad laboral, de los desahucios, de la marginación
social, de la ausencia de horizontes y, de otro, el mundo de los privilegios,
de la corrupción, del amiguismo, del derroche, de los rescates a los bancos
desahuciadores, de las oligarquías políticas, de la justicia injusta y de la
interesada e incuestionable adhesión al sistema. El mundo de la calle frente al
mundo de la moqueta. Dos mundos diferentes pero que podrán terminar por
colisionar. Y la reflexión más generalizada es que estamos donde estamos por
culpa de la clase política, olvidando, cómo no, que ella ha actuado como lo ha
hecho porque los ciudadanos, encantados con las burbujas, se lo hemos
consentido.
Hace
unos días era Julio Anguita el que se ofrecía a liderar un movimiento que
sirviese de catalizador de ese estado de ánimo generalizado que refleja
descontento, que busca responsabilidades y que exige soluciones. Anguita ha
hecho público un manifiesto, “somos mayoría”, en el que realiza un llamamiento
a los ciudadanos para organizarse en torno a un programa básico. Según ha
declarado el ex líder de IU su objetivo es organizar "grupo de presión, un
grupo de presión democrático, formado por esa inmensa mayoría que tiene más
cosas en común que diferencias. Quiero una sólida formación de ciudadanos que
coincida en manifestarse, elaborar, en aprender y en echar la fuerza de su
poder en el juego político y social. Así, como suena ¿Para qué? Para cambiar lo
que hay". Propone diez medidas básicas que pasan desde el salario mínimo
de 1.000 €, la pensión mínima de 1.000 €, la nacionalización de la banca o la
vuelta a la peseta. Son propuestas concretas que, desde una adecuación estricta
al marco constitucional, no constituirían aparentemente ningún tipo de “revolución
social”. Lo cierto es que, con una considerable carga ideológica de fondo, se
pretende articular un sencillo decálogo, al menos aparentemente, que pueda
resultar atractivo para una gran parte de los ciudadanos. Sin embargo, un
análisis más profundo de estas propuestas revela una vuelta a orígenes lejanos
y a tácticas en las que los comunistas siempre han sabido llevar la delantera a
las demás fuerzas políticas.
En
otro rincón del escenario político, un grupo de políticos, académicos y
empresarios ha puesto en marcha una iniciativa cuyo objetivo es la reconversión
del sistema político. Alejo Vidal-Quadras, Santiago Abascal, Adolfo Prego de
Oliver, José Luis González Quirós, José Antonio Ortega Lara, Carlos Rodríguez
Braun, Amando de Miguel, Luis Alberto Cuenca, Gustavo Bueno, Arcadi Espada,
Ramón Parada, Fernando Savater y César Alonso de los Ríos, entre otros, han
dirigido una carta al Presidente del Gobierno en la que le instan a llegar a
acuerdos con el principal partido de la oposición para lograr la reconversión
del Estado. Denuncian, sin ningún tipo de piedad, que el sistema salido de la
Constitución del 78 "ha degenerado en una partitocracia ineficaz,
clientelar y corrupta". Propugnan un pacto de Estado que abarque reformas
de la estructura económica, del sistema educativo, de los órganos
constitucionales, de la organización y competencias de los diferentes niveles
administrativos que componen el estado, de la participación y representación
política de los ciudadanos y de la posición de España en las instancias
comunitarias. No les falta razón en las reformas que propugnan, aunque dichas
reformas podrían tener un alcance muy diferente en función de la perspectiva
que las impulsara. Pero tan loable iniciativa está llamada al fracaso desde el
primer momento en que ha sido formulada, si se da por válida su descripción del
sistema de partidos. Si se parte de la idea de que el sistema salido de la
Constitución del 78 "ha degenerado en una “partitocracia ineficaz,
clientelar y corrupta", constituye un brindis al sol, un baldío esfuerzo
solicitar a los dos grupos mayoritarios, es decir, a los dos partidos que más
se benefician o que más culpables son de esa partitocracia, que lleguen a un
pacto para reformar o reconvertir el sistema en contra de sus propios intereses.
Parece
muy difícil que tanto el PP como el PSOE generen una profunda reflexión interna
que les permita analizar la realidad y llegar a conclusiones similares a las de
los firmantes del manifiesto. Sería tanto como pedirles que se hicieran el
harakiri. Como mucho y con algo de optimismo, puede que la realidad les impulse
a corregir y a reformar algunas deficiencias, las más escandalosas, del
sistema, porque como decía Adolfo Suárez sólo se reforma lo que se quiere
conservar.
Santiago
de Munck Loyola